lunes, 25 de octubre de 2010

¿Periodismo sin periodistas?

REPORTAJE:

La publicación de los 'papeles de Afganistán' por Wikileaks abre debates sobre la información sin filtros - Poner vidas en riesgo es uno de los tabúes rotos

Por MARIANGELA PAONE / CRISTINA GALINDO 
29/08/2010
El País de Epaña

La publicación en 1971 de 7.000 documentos secretos sobre la guerra de Vietnam desató uno de los mayores escándalos políticos de Estados Unidos y dio lugar a una apasionante controversia en torno a la libertad de expresión y la seguridad nacional. Cuatro décadas después, otra información sobre otro polémico conflicto, el de Afganistán, vuelve a abrir el debate sobre los límites de la información. Y no solo por el contenido difundido, sino por la forma en la que ha llegado a conocerse.

¿Es periodismo colgar unos papeles en la Red sin contextualizar?
Amnistía ha pedido que se borren los nombres de los documentos
La libertad de información tiene como frontera los derechos humanos
Hasta Reporteros sin Fronteras admite el interés de los documentos
El fundador niega que Wikileaks sea una organización periodística
Las noticias deben cumplir requisitos como la veracidad y el interés público

Desde que The New York Times, The Guardian y Der Spiegel publicaron a finales de julio la noticia de 76.000 archivos secretos del Pentágono relacionados con el conflicto afgano y recibidos un mes antes en sus redacciones, la atención se ha centrado en el emisor principal de la información: el portal Wikileaks, que desde hace tres años publica en su web documentos reservados en nombre de la libertad de información, lo que le ha garantizado el apoyo de las organizaciones que abogan por la transparencia y luchan por desvelar los trapos sucios de los Gobiernos. Hasta ahora. Tras la publicación de los papeles de Afganistán, Wikileaks ya no solo se enfrenta a las críticas oficiales por la siempre temida amenaza a la seguridad nacional; el 10 de agosto, cinco ONG -entre ellas Amnistía Internacional- pidieron a la web que borrara de los documentos los nombres de los afganos que colaboran con la OTAN y que pueden ser víctimas de represalias.

¿El portal tiene las "manos manchadas de sangre", como le acusa el Pentágono, o está ejerciendo la libertad de información, como defienden sus gestores? ¿Hasta qué punto se puede llegar en el uso de la información? El debate, tan antiguo como la existencia misma del periodismo, asume connotaciones completamente distintas en la época de Internet.

"Nosotros apoyamos la labor de Wikileaks en el sentido de que creemos que todo material clasificado debe publicarse, pero hay que tener en cuenta siempre que no ponga en riesgo a las personas. La libertad de información tiene que ser la máxima posible. Pero existen unos límites y, si se traspasan, se pueden vulnerar los derechos humanos. En casos de conflicto, nuestro principal objetivo es defender los derechos de la población, de los individuos", comenta Miguel Ángel Calderón, de Amnistía Internacional, organización cuyas críticas han llamado más la atención en esta polémica, ya que en 2009 premió a Wikileaks por sacar a la luz informes sobre las matanzas de Kenia. "Esos documentos en ningún momento vulneraban los derechos de las víctimas u otros individuos inocentes, sino que servían para denunciar un hecho", justifica Calderón.

Tras publicar los papeles de Afganistán, Wikileaks, que se ha limitado a difundir los documentos en bruto, sin editar ni omitir ningún dato, ha recibido todo tipo de críticas. No fue así con el vídeo difundido el pasado abril por la misma web en el que se demostraba la matanza de 11 civiles iraquíes abatidos en Bagdad, en julio de 2007, por un helicóptero estadounidense. Entre ellos se encontraban dos trabajadores de la agencia Reuters.

La información recibió el aplauso de medio mundo. Hasta Reporteros sin Fronteras colgó el vídeo en su web. "Era material de interés público", explica Benoit Hervieu, portavoz de la organización, que ha sido en las últimas semanas una de las voces más críticas a la hora de denunciar la irresponsabilidad de Wikileaks por publicar los nombres de los colaboradores afganos.

"Puede parecer sorprendente que Reporteros sin Fronteras, dedicada a la defensa de la libertad de prensa, critique con severidad la irresponsabilidad o más bien la imprudencia de Wikileaks. Pero hay una responsabilidad de los medios de comunicación sobre informaciones extremadamente sensibles como esta que pueden poner en riesgo la vida de las personas", manifiesta Hervieu, que explica así por qué para su organización no se trata de una contradicción: "Por supuesto que apoyamos a Wikileaks cuando hace públicos documentos sobre la guerra y los abusos cometidos. Si mañana Wikileaks difunde un vídeo sobre actos de torturas en Afganistán, claro que es interesante. Pero la pregunta es en qué medida era útil revelar los nombres de los colaboradores afganos".

El interés público no era en este caso evidente, según coinciden los expertos. Y ese es uno de los criterios utilizados por los periodistas a la hora de seleccionar y manejar una información. "Decidir si publicar o no información secreta siempre es difícil, y después de haber considerado los riesgos y el interés público, en algunos casos decidimos no publicar. Pero hay veces en que la información es de interés público significativo, y esta es una de ellas", se lee en la nota con la que The New York Times acompañó los artículos sobre los papeles de Afganistán, el pasado 25 de julio.

Wikileaks filtró los documentos a este y otros dos medios un mes antes de publicarlos en su web. Durante esas cuatro semanas, periodistas de esos medios contrastaron las informaciones y decidieron no publicar la información que consideraron más comprometedora, como los nombres de los colaboradores afganos, excepto los de los funcionarios, y otras informaciones que podían poner en riesgo las operaciones militares. "La decisión sobre la publicación se tomó tras una intensa discusión", explicó el director del periódico, Bill Keller. "Estudiamos el material para intentar establecer su importancia y credibilidad", afirmó.

"Las maneras en las que Wikileaks y los periodistas profesionales tratan estos documentos son muy distintas. Los reporteros tienen que decidir si los documentos son de interés público, si ponen en riesgo a alguien o cuáles serán las consecuencias. Para Wikileaks, lo importante es publicar la información sin tener en cuenta las consecuencias. Esto es peligroso", afirma Joyce Barnathan, presidenta del Centro Internacional de Periodismo (ICJ, en sus siglas en inglés), organización estadounidense que promociona el periodismo de calidad. Para ella, el trabajo que hizo The New York Times con el material de Wikileaks es lo que marca la diferencia entre "un trabajo periodístico y lo que hace Wikileaks: conseguir documentos y colgarlos".

Pero la presidenta del ICJ reconoce que el problema es que, aunque no es una organización periodística, Wikileaks produce información. "Ellos destapan informaciones importantes. Y la tecnología permite a cada vez más personas con distintos puntos de vista que puedan utilizar la información como quieran sin tener que contextualizar", afirma. Sin hacer, en definitiva, el trabajo editorial de selección y gestión del contenido y de las fuentes que hace una organización periodística.

Así que, según Barnathan, la gran cuestión es: ¿qué es periodismo hoy?, ¿qué es periodismo si hay organizaciones como Wikileaks que producen información, pero como más de una vez ha reiterado Julian Assange, fundador del portal, no se consideran periodistas? "Para nosotros, los periodistas son los que hacen y producen información. Una definición amplia", manifiesta Hervieu, de Reporteros sin Fronteras. "Si la información es importante y si Assange la considera importante, hay que asumir una responsabilidad periodística. Además, lo curioso es que el fundador del portal dice que Wikileaks no es una organización periodística pero reclama el beneficio de la protección de las fuentes", añade Hervieu.

Quien no tiene duda sobre el hecho de que lo que hace Wikileaks es periodismo es John Pilger. Este veterano de las investigaciones controvertidas, corresponsal de guerra en Vietnam y Camboya, define Wikileaks "como uno de los más importantes y excitantes desarrollos del periodismo". Para Pilger, muy crítico con los medios dominantes, la forma en que actúa el portal no solo es correcta, sino que demuestra que "el periodismo corporativo occidental está en crisis, tras haber colaborado en algunos casos con los Gobiernos en guerras ilegales".

Sin compartir el entusiasmo de Pilger, Wally Dean, periodista y miembro del Comité de Periodistas Comprometidos, un grupo de periodistas, editores, propietarios y académicos preocupados por el futuro del periodismo, con sede en Washington, opina que "el producto que hace Wikileaks es esencialmente periodístico".

Según Dean, una razón es que "toma decisiones editoriales, como aceptar documentos que alguien le ofrece y, presumiblemente, verificar la fuente, determinar si es auténtica". Si bien, añade, "ahí paran". A partir de ahí, Dean se muestra más crítico con la difusión de los papeles afganos: "Como los médicos, los periodistas deberían evitar siempre causar daño. Y no se puede asegurar que la difusión por parte de Wikileaks de documentos militares clasificados no lo haya causado. Simplemente, no lo sabemos".
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No todos comparten la opinión de que quien publica información tenga que respetar los mismos criterios que corresponden al periodismo, que tengan que asumir las mismas responsabilidades. "¿Los principios de la ética periodística tienen que aplicarse a todos? No, es imposible. Son las organizaciones periodísticas las que tienen que diferenciarse de gente como Wikileaks", dice Joshua Benton, director del Nieman Journalism Lab, un grupo de estudio de la Universidad de Harvard sobre el futuro del periodismo de calidad en la época de Internet. Benton considera que la existencia de Wikileaks es "el ejemplo de la liberación de las fuentes en los tiempos de Internet". Tiempos en los que las restricciones no tienen mucho sentido: "Si se para Wikileaks siempre habrá alguien que encontrará otras vías para publicar la información".

Benton dice sentirse más comodo en un mundo en el que existen ofertas como las de Wikileaks, "que es una fuente más". Los periódicos pueden decidir ignorarla o hacer lo que han hecho The Guardian y The New York Times: "Utilizar el material aplicando los criterios que han utilizado siempre". Según Benton, las críticas que han llegado de los medios de comunicación tradicionales se deben a una "reacción emocional y de protección profesional". Una reacción parecida, según él, a la que se ha tenido con los blogs y Twitter. "Y ahora todos los periódicos los utilizan".

Para Manuel Núñez Encabo, presidente en funciones de la Comisión de Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y catedrático de Ciencias Jurídicas de la Universidad Complutense de Madrid, la cuestión no es tan sencilla. "Se trata de un tema que es necesario debatir en el marco de los contenidos que se dan a través de los medios, sea cual sea el soporte. No cabe duda de que Wikileaks tiene un aspecto positivo: dar informaciones que los poderes públicos no siempre quieren dar. Toda la información tiene que ser de interés general y en este caso lo es. Pero, además, debe cumplir dos condiciones indispensables: veracidad y respeto a los derechos fundamentales de la persona", dice Núñez, que duda que informaciones como la de los papeles de Afganistán cumplan estos requisitos.

"El de los nuevos formatos de información y cómo se vinculan con el periodismo es un debate no resuelto. Los periodistas, como transmisores tradicionales de información, son fundamentales, porque garantizan la calidad de las noticias, sea cual sea el formato y las fuentes". El experto advierte que, sin ciertos límites, se corre el riesgo de "entrar en una etapa de torre de Babel en la que la gente que más grita es la que más se ve, y en la que hay un mayor riesgo de manipulación".

Una torre de Babel que podría despertar, según la directora del ICJ, Barnathan, la tentación de los Gobiernos de imponer cada vez más restricciones: "En Estados Unidos creemos que la autorregulación es la mejor forma de gestionar la libertad de prensa. Pero actuaciones como la de Wikileaks suscitan la pregunta de cómo controlar todo esto".

Una máquina de primicias

- Papeles de Afganistán. El pasado 25 de julio, The New York Times, The Guardian y Der Spiegel publican la noticia de 76.000 archivos secretos obtenidos por Wikileaks y que detallan el día a día de la guerra en Afganistán desde 2004 a 2009.


- Daños colaterales. El pasado abril, Wikileaks difunde el vídeo de la matanza de 11 civiles iraquíes abatidos en Bagdad, en 2007, por un helicóptero estadounidense. El Pentágono tuvo que abrir una investigación.


- Los secretos de Dutroux. En 2009, Wikileaks publica información confidencial del expediente del pederasta Marc Dutroux, incluidos teléfonos, cuentas bancarias y direcciones de implicados en el caso. El padre de una de las víctimas ha criticado la difusión del material.


- El caso Trafigura. En 2009, publicó un informe sobre Trafigura (empresa del sector de la energía) un mes después de que un juez ordenara que el material, obtenido por The Guardian, se mantuviera secreto. Según el informe, Trafigura pagó a una empresa de Costa de Marfil para deshacerse de 400 toneladas de gasolina.


- Las matanzas de Kenia. En julio de 2009 Amnistía premió a Wikileaks por denunciar ejecuciones extrajudiciales en Kenia.

lunes, 11 de octubre de 2010

La civilización del espectáculo


por MARIO VARGAS LLOSA 
03 de junio de 2007
El País de España
En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.

      ¿A qué viene esta reflexión? A que desde hace cinco días no hallo manera de evitar darme de bruces, en periódico que abro o programa noticioso que oigo o veo, con el cuerpo desnudo de la señora Cecilia Bolocco de Menem. No tengo nada contra los desnudos, y menos contra los que parecen bellos y bien conservados, tal el de la señora Bolocco, pero sí contra la aviesa manera como esas fotografías han sido tomadas y divulgadas por el fotógrafo, a quien, según la prensa de esta mañana, su hazaña periodística le ha reportado ya 300.000 dólares de honorarios, sin contar la desconocida suma que, por lo visto, según la chismografía periodística, la señora Bolocco le pagó para que no divulgara otras imágenes todavía más comprometedoras. ¿Por qué tengo que estar yo enterado de estas vilezas y negociaciones sórdidas? Simplemente, porque para no enterarme de ellas tendría que dejar de leer periódicos y revistas y de ver y oír programas televisivos y radiales, donde no exagero si digo que los pechos y el trasero de la señora de Menem han enanizado todo, desde las degollinas de Irak y el Líbano, hasta la toma de Radio Caracas Televisión por el Gobierno de Hugo Chávez y el triunfo de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas.

      Ésas son las consecuencias de aceptar que la primera obligación de los medios es entretener y que la importancia de la información está en relación directamente proporcional a las dosis de espectacularidad que pueda generar. Si ahora parece perfectamente aceptable que un fotógrafo viole la privacidad de cualquier persona conocida para exponerla en cueros o haciendo el amor con un amante ¿cuánto tiempo más hará falta para que la prensa regocije a los aburridos lectores o espectadores ávidos de escándalo mostrándoles violaciones, torturas y asesinatos en trance de ejecutarse? Lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco, es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última.

      Protesto, pero es idiota de mi parte, porque sé que se trata de un problema sin solución. La alimaña que tomó aquellas fotos no es una rara avis, sino producto de un estado de cosas que induce al comunicador y al periodista a buscar, por encima de todo, la primicia, la ocurrencia audaz e insólita, que pueda romper más convenciones y escandalizar más que ninguna otra. (Y si no la encuentra, a fabricarla). Y como nada escandaliza ya en sociedades donde casi todo está permitido, hay que ir cada vez más lejos en la temeridad informativa, valiéndose de todo, aplastando cualquier escrúpulo, con tal de producir el scoop que dé que hablar. Dicen que, en su primera entrevista con Jean Cocteau, Sartre le rogó: "¡Escandalíceme, por favor!". Eso es lo que espera hoy día el gran público del periodismo. Y el periodismo, obediente, trata afanosamente de chocarlo y espantarlo, porque ésta es la más codiciada diversión, el estremecimiento excitante de la hora.

      No me refiero sólo a la prensa amarilla, a la que no leo. Pero esa prensa, por desgracia, desde hace tiempo contamina con su miasma a la llamada prensa seria, al extremo de que las fronteras entre una y otra resultan cada vez más porosas. Para no perder oyentes y lectores, la prensa seria se ve arrastrada a dar cuenta de los escándalos y chismografías de la prensa amarilla y de este modo contribuye a la degradación de los niveles culturales y éticos de la información. Por otra parte, la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme -no sin razón- que cualquier iniciativa que se tome para frenarlas vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica.

      A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades del amarillismo periodístico.

      Se me replicará que en los países democráticos existen jueces y tribunales y leyes que amparan los derechos civiles a los que las víctimas de estos desaguisados pueden acudir. Eso es cierto en teoría, sí. En la práctica, es raro que un particular ose enfrentarse a esas publicaciones, algunas de las cuales son muy poderosas y cuentan con grandes recursos, abogados e influencias difíciles de derrotar, y que lo desanime a entablar acciones judiciales lo costosas que éstas resultan en ciertos países, y lo enredadas e interminables que son.

      Por otra parte, los jueces se sienten a menudo inhibidos de sancionar ese tipo de delitos porque temen crear precedentes que sirvan para recortar las libertades públicas y la libertad informativa. En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y programas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su inteligencia y su razón. Se ha visto esto no sólo en las elecciones de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España, donde han abundado los insultos y las descalificaciones escabrosas.

      La civilización del espectáculo tiene sus lados positivos, desde luego. No está mal promover el humor, la diversión, pues sin humor, goce, hedonismo y juego, la vida sería espantosamente aburrida. Pero si ella se reduce cada vez más a ser sólo eso, triunfan la frivolidad, el esnobismo y formas crecientes de idiotez y chabacanería por doquier. En eso estamos, o por lo menos están en ello sectores muy amplios de -vaya paradoja- las sociedades que gracias a la cultura de la libertad han alcanzado los más altos niveles de vida, de educación, de seguridad y de ocio del planeta.

      Algo falló, pues, en algún momento. Y valdría la pena reaccionar, antes de que sea demasiado tarde. La civilización del espectáculo en que estamos inmersos acarrea una absoluta confusión de valores. Los iconos o modelos sociales -las figuras ejemplares- lo son, ahora, básicamente, por razones mediáticas, pues la apariencia ha reemplazado a la sustancia en la apreciación pública. No son las ideas, la conducta, las hazañas intelectuales y científicas, sociales o culturales, las que hacen que un individuo descuelle y gane el respeto y la admiración de sus contemporáneos y se convierta en un modelo para los jóvenes, sino las personas más aptas para ocupar las primeras planas de la información, así sea por los goles que mete, los millones que gasta en fiestas faraónicas o los escándalos que protagoniza. La información, en consecuencia, concede cada vez más espacio, tiempo, talento y entusiasmo a ese género de personajes y sucesos. Es verdad que siempre existió, en el pasado, un periodismo excremental, que explotaba la maledicencia y la impudicia en todas sus manifestaciones, pero solía estar al margen, en una semiclandestinidad donde lo mantenían, más que leyes y reglamentos, los valores y la cultura imperantes. Hoy ese periodismo ha ganado derecho de ciudad pues los valores vigentes lo han legitimado. Frivolidad, banalidad, estupidización acelerada del promedio es uno de los inesperados resultados de ser, hoy, más libres que nunca en el pasado.

      Esto no es una requisitoria contra la libertad, sino contra una deriva perversa de ella, que puede, si no se le pone coto, suicidarla. Porque no sólo desaparece la libertad cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles.

      La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado. Ambas han contribuido extraordinariamente al progreso material y cultural de la humanidad, a la creación del individuo soberano y al reconocimiento de sus derechos, a la coexistencia, a hacer retroceder la pobreza, la ignorancia y la explotación. Al mismo tiempo, la libertad ha permitido que esa reorientación del periodismo hacia la meta primordial de divertir a lectores, oyentes y televidentes, fuera desarrollándose en proporciones cancerosas, atizada por la competencia que los mercados exigen. Si hay un público ávido de ese alimento, los medios se lo dan, y si ese público, educado (o maleducado, más bien) por ese producto periodístico, lo exige cada vez en mayores dosis, divertir será el motor y el combustible de los medios cada día más, al extremo de que en todas las secciones y formas del periodismo aquella predisposición va dejando su impronta, su marca distorsionadora. Hay, desde luego, quienes dicen que más bien ocurre lo opuesto: que la chismografía, el esnobismo, la frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los medios, lo que sin duda también es cierto, pues una cosa y la otra no se excluyen, se complementan.

      Cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y culos de los famosos y sus "bellaquerías" gongorinas, sigan siendo nuestro alimento cotidiano.

      © Mario Vargas Llosa, 2007.© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2007.