jueves, 14 de abril de 2011

Rumania, donde el periodismo de investigación es una forma de chantaje y la prensa es parte del crimen organizado, por Stefan Candea

Fuente El Puercoespin
March 16th, 2011 → 

Es difícil hacer periodismo de investigación honesto en Rumania. Para entenderlo, uno debe mirar al panorama de los medios en el país y saber cómo funcionan las instituciones sociales. Después del colapso del comunismo, en 1989, emergió una nueva élite del gran charco de ex agentes e informantes de la Securitate, el servicio secreto comunista. Miembros de esta élite altamente protegida se convirtieron en jueces y miembros del parlamento, fiscales y líderes de negocios, propietarios de medios y periodistas importantes.

El capital más importante de la élite es su control sobre la información. No es coincidencia que la mayoría del pública todavía no conozca los nombres de muchos de los 15.000 agentes y 400.000 informantes de la era en que el presidente Nicolae Ceausescu gobernaba el país con puño de hierro. Y a la élite –la mayoría de ellos viejos periodistas y políticos—le disgustan los periodistas independientes, especialmente los entrometidos.


Mientras escribía estas palabras, volvía a la noche de noviembre pasado en que asistí a la ceremonia de entrega de premios del Committe to Protect Journalists (CPJ – Comité para la Protección de Periodistas) en Nueva York. Esa noche, los periodistas se reunieron para celebrar el coraje, la persistencia y la determinación de quienes reportan las noticias pese a ser arrestados, secuestrados, tiroteados y, a veces, asesinados (En 2010, 44 periodistas fueron asesinados haciendo su trabajo, de acuerdo con CPJ). 
Repasé en mi mente cada uno de los videos que había visto esa noche sobre periodistas que tomaron grandes riesgos para exponer la corrupción y los abusos de poder o decir al mundo quiénes son víctimas de terrible opresión. Sus esfuerzos me recordaron por qué tales periodistas merecen nuestra confianza, nuestro respeto y nuestro reconocimiento.
Al mismo tiempo, pensé en Rumania. Ahora me preguntaba por qué cualquier persona en su sano juicio depositaría confianza o respeto algunos en la mayoría de los periodistas que trabajan allí. Su principal producto es la propaganda y su principal talento esconder la verdad.

He aquí la situación (una de muchas que conozco) que ejemplifica cómo luce el “periodismo de investigación” en Rumania hoy en día. Hace un año, dos bien conocidos periodistas “senior” fueron sorprendidos, en una filmación, intentando chantajear al director de la Agencia Nacional por la Integridad, organismo gubernamental encargado de investigar la riqueza de los funcionarios públicos. Uno de los periodistas no pedía dinero; se lo podía oír explicando que él estaba “en otro nivel”, así que 70.000 dólares no eran nada para él. Pero, durante la conversación  grabada, amenazaba con publicar información comprometedora acerca del funcionario y sugería que retendría la información si, a cambio, aquel le entregaba información comprometedora sobre el presidente y su entorno político. Después de que estas palabras se filtraran a los medios, el periodista dijo que lo suyo no era un chantaje, sino periodismo de investigación.

En verdad, el así llamado periodismo de investigación de Rumania fue, por años, una cobertura para el chantaje, la extracción forzada de publicidad y las campañas de desinformación. Algunos periodistas o medios todavía usan esta clase de aproximación a las “fuentes” como un  modo de hacer dinero. No debe sorprender, entonces, que los propietarios de algunos de estos medios son grupos del crimen organizado.
Durante los primeros años de la transición rumana del comunismo a la democracia, los propietarios de los medios eran o bien conectados entrepreneurs o ex periodistas que habían trabajado dentro de la maquinaria de propaganda comunista, y que transferían sus competencias y las reglas de sus profesiones anteriores a las nuevas. Por supuesto, esas habilidades nada tenían que ver con el periodismo de calidad o con sus fundamentos éticos. Pero cuando estos reporteros obtuvieron éxito financiero (aprovechándose de sus prácticas no éticas), se volvieron, desgraciadamente, modelos para las siguientes generaciones de jóvenes periodistas.

Cuando comencé a hacer investigaciones como periodista, me concentré en el crimen organizado. Esto me sometió a toda clase de situaciones peligrosas –y potencialmente comprometedoras–:  hubo intentos de soborno y vigilancia, y otros medios me atacaron, y a mis artículos. Usaron demandas y juicios para intentar debilitar mi determinación y recibí amenazas de muerte. Podía vivir con todo eso. Para mí, lo más perturbados era la corrupción y la censura que encontraba en mi propia redacción, donde los editores y la gerencia provenían de la ya mencionada generación de viejos periodistas. Encontraba colegas que robaban y vendían fotos que yo había obtenido durante una guardia; otros trataban de filtrar los artículos al objeto de mi investigación antes de que llegara a apretar el botón de imprimir.

Luego, estaban los jefes mismos –los dueños de los medios. Empecé a hacer periodismo de investigación hace doce años en la redacción del periódico nacional líder en Bucarest. El periódico era co-propiedad de un bien conocido holding de medios alemán. Este hecho no me ayudaba en mi trabajo cotidiano; lo que importaba era que el otro co-propietario era un periodista rumano de la vieja escuela. Estaba involucrado en la publicación del periódico, en escribir editoriales todos los días, en decidir el contenido y en firmar los contratos de publicidad. Y dado que estaba en el centro de todas estas posiciones en conflicto entre sí, los artículos de investigación que yo hacía no fueron, a menudo, publicados. O eran publicados censurando partes. O, en el peor de los casos, generaban beneficios bajo para mesa para este propietario.

Cuando estos episodios se volvieron demasiado frecuentes –y demasiado absurdos–, varios de mis colegas y yo dejamos el periódico. Ahora, nuestro dilema era dónde publicaríamos nuestras historias. Casi todos los propietarios de periódicos rumanos tienen el mismo pasado y la misma perspectiva. De hecho, estaban organizados en un cartel llamado, lindamente, Club de Prensa Rumano. Y en cada redacción la censura (y la autocensura de los periodistas) era ampliamente practicada –y dirigida claramente al trabajo de los periodistas de investigación.

Tan común era esperar esto que sabíamos de antemano cuál sería la primer pregunta que nos harían cuando habláramos de con aquellos a quienes investigábamos: “¿Quién te está pagando (o a tu jefe) para atacarme?”. Lo siguiente que dirían es que nuestros periódicos no publicarían la historia. En ese momento,  tocarían a sus contactos; los de más éxito en este juego eran los políticos y sus socios comerciales.

Mirando hacia atrás a esos primeros años, todo lo que aprendí trabajando en la redacción fue cómo no hacer periodismo. Algunas de las habilidades investigativas genuinas que adquirí las obtuve en seminarios internacionales, encuentros y conferencias a los que asistí. De gran valor fue el entrenamiento práctico que logré trabajando con colegas occidentales. Pero ninguna habilidad o enfoque podía ser importado directamente a mi trabajo en Rumania; tenía que ajustarlo a la realidad de mi región.

En una redacción de los Estados Unidos o de Europa occidental, los reporteros tienen acceso a un vasto rango de información, parte de ella en bases de datos, y también cuentan con la confianza de que aquellos que tienen funciones públicas están haciendo lo que se dicen que están haciendo. Los pedidos de Freedom of Information Act (FOIA-Acta de Libertad de Información, en los que se pide el acceso a documentos reservados del Estado) usualmente funcionan. Contrastemos esto con los reporteros rumanos que tienen que construir bases de datos de la nada extrayendo información de un montón de documentos, que puede resultar bastante difícil conseguir. Los supuestos que se pueden extraer de la información deben ser formulados y comprobada por los reporteros mismos, ya que es raro que alguien haya conducido una investigación similar sobre el asunto en cuestión. En el mejor caso, se comenzará una investigación oficial al respecto recién después de la publicación.

Tales circunstancias explican por qué, a veces, tenemos que empezar nuestras investigaciones usando técnicas de “agentes encubiertos” y continuarlas luego con técnicas periodísticas tradicionales. En un país subsumido por cinco décadas bajo el profundo secreto del comunismo, los intentos de usar nuestras leyes nacionales son una pesadilla. Los reporteros, usualmente, tienen que ir a la corte para asegurar un pedido de libertad de información –y el proceso legal pueden llevar hasta cinco años. Encontrar funcionarios públicos competentes que no sean corruptos es tan rara excepción que la investigación periodística no puede arrancar con ellos. Todo esto hace que nuestros esfuerzos sean relevantes sólo después de años de encontrar el software necesario, construir la base de datos específica y buscar recursos adicionales. Y no necesariamente estamos en condiciones de construir una red de fuentes mientras todo eso otro ocurre.

Mientras peleamos por obtener información y encontrar el modo de publicarla, la forma que adoptará el artículo es nuestra última preocupación. Pero cómo presentar los artículos de investigación es muy importante, así que mantenemos un ojo en los medios de noticias internacionales para ver cómo experimentan con la publicación multimedia.

Esa es, también, la razón por la que inmediatamente subimos a bordo a un grupo de fotoperiodistas independientes. Los invitamos a tomar parte en los principales proyectos, tales como investigación encubierta en la república separatista de Trans-Dniester y en una investigación de 2004 sobre la esclavitud y otros crímenes contra los niños.

Durante las últimas dos décadas, millones de dólares de asistencias extranjera a los medios han venido a Rumania sin ningún efecto positivo asequible en su periodismo. Uno debe concluir que tenemos una industria de medios quebrada, y que las presiones que soportan los medios se han vuelto aún más pesadas. Esto significa que el periodismo de investigación debe encontrar formas de desarrollarse fuera del sistema de medios establecido.

Durante los pasados cinco años, los propietarios como mi ex jefe, que había sido periodista, han vendido sus acciones. Oligarcas locales –ricos hombres de negocios que están involucrados en la politico y cuyo interés primario no son los medios—poseen y controlan ahora la prensa. Usualmente, sus intereses son objeto de investigaciones criminales. La razón por la que invierten en corporaciones de medios que pierden dinero es que pretenden ganar poder para negociar con los políticos y evitar la cárcel. Dirigen las compañías de medios como si se tratara de una operación militar y, al igual que a sus predecesores, les disgustan los periodistas independientes y entrometidos.

Aquí y allá es posible encontrar Buenos periodistas aislados en una redacción. Si se los reuniera, sumarían lo suficiente para montar una redacción competente, fuerte y honesta. Pero ¿quién la financiaría?

Estos oligarcas locales carecen de dimensión ética, desalientan la competencia y no adhieren a ninguna meritocracia. ¿Por qué deberían adherir a estándar alguno de periodismo? Después de todo, su única necesidad es contratar gente que produzca propaganda y mantenga la continua carnicería de info-entretenimiento, manipulación política y económica, usar conferencias de prensa como primicias, copiar y pegar noticias. Un montón de estos así llamados periodistas usan su empleo en los medios como un trampolín para obtener puestos gubernamentales, incluirse en la diplomacia o en partidos políticos o corporaciones. Su sueño es convertirse en parte del establishment.

En tiempos receinetes, la presión política directa sobre los medios disminuyó, en tanto Rumanai ascendía en su camino hacia la Unión Europa. Lo que preocupa ahora son los frecuentes intentos de miembros del parlamento de introducir ridículos proyectos de ley para amordazar a los periodistas. Entre los últimos borradores propuestos:
  • Forzar a las estaciones de TV a emitir el 50 por ciento de noticias positivas y el 50 por ciento negativas.
  • Poner a la prensa escrita bajo jurisdicción del Consejo Nacional Audiovisual.
  • Censurar los comentarios de todos los websites de noticias.
La única razón por la que tales leyes no fueron aprobadas es que tenemos organizaciones no gubernamentales fuertes que actúan como control legislativo. Sin embargo, la reciente estrategia nacional de defensa identifica a los medios como un punto “vulnerable” en la “seguridad nacional”. En estos días, en cuanto asumen el poder, también los políticos empiezan a sentirse disgustados con los periodistas independientes y entrometidos.

Pero los periodistas independientes y entrometidos no se van –y buscar apoyo para su trabajo investigativo en Rumania es la razón por la que hace una década co-fundé el Centro Rumano para el Periodismo Investigativo.  Es un testamento a la dedicación de unos pocos –y, ojalá, la inspiración para muchos—a no entregarse a las presiones que caen sobre los periodistas que se animan a contar las historias que un pueblo democrático merece oír.
(Aquí, versión original de este artículo, en inglés)

Stefan Candea, fellow 2011 de la Nieman Fellowship en Harvard, es periodista freelance y co-fundador del Centro Rumano para el Periodismo Invesitgativo en Bucarest. Enseña periodismo de investigación en la Universidad de Bucarest y es miembro del International Consortium of Investigative Journalists, y corresponsal de Reporteros Sin Fronteras en Rumania.

Rusia: para que haya libertad de prensa, los diarios deben morir, por Josh Tapper

April 12th, 2011
Las limitaciones a la libertad de prensa en Rusia han sido bien documentadas. El Kremlin tiene participación en las seis estaciones nacionales de televisión, incluyendo Rusia Today, que transmite en inglés, y controla el 60 por ciento de los periódicos registrados en el país. La ausencia de una prensa libre ha sido una lacra en los esfuerzos de Rusia por mostrarse como una democracia de estilo occidental.

Todo eso parecería disminuir la influencia –y quizás aumentar la importancia—de las escuelas de periodismo del país, incluyendo la Facultad de Periodismo de la Universidad Estatal de Moscú, según muchos, el corazón de la educación periodística en Rusia. En septiembre, la facultad relanzará su currículum, reduciendo la porción de ciencias sociales –literaturas rusa y extranjeras, historia del periodismo, sociología de la prensa—y añadiendo más entrenamiento práctico en nuevos medios. El cambio, por supuesto, tiene que ver con el uso cada vez mayor de fuentes de noticias de Internet, especialmente entre los jóvenes.

En un artículo reciente en The Moscow Times, el periódico en inglés de la ciudad, Elena Vartanova, teórica de los medios y decana de la escuela de periodismo de la Universidad, presentó los lineamientos del futuro curso, sugiriendo que la educación en nuevos medios podría acelerar la liberalización del periodismo en Rusia.

Hablé con Vartanova en su oficina en el centro de Moscú, a corta distancia del Kremlin. Además de su visión sobre el estado de los medios en Rusia, Vartanova se refirió al crecimiento de la cultura de las noticias online, cómo los futuros periodistas –sus estudiantes—podrían alterar lo que llama la “particular industria nacional de medios” y por qué la desaparición de los medios tradicionales podría ser algo bueno.

Tapper: En su artículo, llama a Rusia un país con una “particular industria nacional de medios”. Parece una forma sutil de decir “Tenemos un montón de problemas”. ¿Qué quiso decir exactamente?

Vartanova: Vivimos en una sociedad muy compleja y problemática. ¿Cuánto tiempo tomó a los medios norteamericanos volverse financieramente viables y políticamente sustentables y respetables? En 1991, los medios rusos salieron de un ambiente de completa censura. Todavía hay periodistas en los staffs editoriales que son leales miembros del Partido. En términos de desarrollo histórico, recién estamos en el comienzo.

Parte de la mentalidad Rusia y la cultura de los medios y la política es la crítica pasiva. No tenemos una sociedad civil desarrollada. La gente no se siente responsable de sí misma o de su entorno. Este es un problema tradicional en Rusia. La gente siente que el Estado debería ocuparse, pero sabe que lo hace muy mal. Crear algo desde abajo no es algo típico para los rusos. Creo que el cambio tecnológico acelera el cambio cultural y político en la sociedad. Ayuda a librarse de los viejos usos. Algunas veces es doloroso ver morir a los periódicos, pero, en cierto sentido, esa herencia no es fácil de sobrellevar. El cambio tecnológico ayuda mucho.

Tapper: ¿Así que sugiere que, a diferencia de los Estados Unidos, donde mucha gente se lamenta por la muerte de los periódicos, en Rusia podría, en realidad, ser algo no tan malo?

Vartanova: La muerte de los diarios no sólo significa la muerte de los medios tradicionales, sino también la muerte de la vieja cultura de los medios. Quizás esto ayudará a la siguiente generación rusa. Hay una presencia estatal muy fuerte en los medios, no sólo federal, sino también a nivel regional y local. Nuestros medios no son transparentes respecto de su estructura de ingresos. Por ejemplo, no conocemos las fuentes de ingresos de muchos medios locales. Pero sabemos que las autoridades locales, aún cuando no poseen medios, invierten (en ellos) informalmente. Los periódicos locales trabajan como periódicos oficiales de las autoridades locales. El mercado de avisos está desarrollado de forma muy desigual –la televisión tiene más dinero de avisos que los medios impresos–, así que la presencia estatal es importante para los periódicos.

Los periodistas de los viejos medios prefieren recibir dinero de auspiciantes, que podrían ser partidos políticos u hombres de negocios locales. Sirven como instrumentos de influencia. En muchos mercados hay un pequeño porcentaje de medios objetivos. No tenemos un modelo de periódico que corresponda al periódico occidental. Nuestros periódicos eran herramientas de propaganda e ideología. Y eso no ha cambiado.

Nuestros jóvenes han crecido en un ambiente diferente. Quizás la brecha digital entre jóvenes y viejos ayudará aquellos a crear su propia cultura, independiente de la vieja tradición autoritaria.

Tapper: La brecha digital también se puede expresar en términos geográficos, un problema específico ruso considerando el tamaño del país. El acceso a la banda ancha puede ser cuatro veces más caro fuera de Moscú y hay mucho menos usuarios de Internet fuera de las grandes ciudades. ¿Cómo afecta esto el crecimiento de los medios online?

 

Vartanova: El potencial crecimiento de Internet enfrenta el desafío del desarrollo tecnológico. Dado que el país está tan pobremente poblado, sólo tenemos crecimiento de Internet en las grandes ciudades, donde la gente tiene muy buen acceso online. La cultura online ha madurado en las grandes ciudades. Aquellos que tienen buen acceso a la tecnología tienen, realmente, una imagen del mundo muy diferente. Actualmente, la gente de las grandes ciudades depende más de Internet que de la televisión.

Tapper: ¿Qué rol, entonces, juega Internet en los medios rusos?

Vartanova: Es realmente una nueva parte de nuestro sistema de medios. La gente consume cada vez más noticias online, y éstas a menudo dan el primer paso en la construcción de la agenda pública. Sólo entonces los consumidores buscan más análisis y comentarios de los medios impresos.

Una de las funciones de los medios online es crear una agenda alternative de noticias. Si uno mira los grandes canales de televisión ve un contenido destilado, que es revisado por los gerentes de la empresa, por la gente del poder –uno no encontrará material problemático allí. La agenda alternativa en Internet ayuda a los rusos a ver los huecos y los problemas. E Internet se ha convertido en la herramienta de la gente para crear la opinión pública, para apoyar al “hombre de la calle”. En Rusia, cuando los medios tradicionales dicen algo, uno busca la confirmación en Internet. Provee un punto de vista diferente.

Por ejemplo, en otoño pasado hubo un gran plan para construir una autopista de Moscú a St. Petersburgo. El camino cruzaría un bosque cercano a Khimki, un suburbia de Moscú. Los ciudadanos de estaban completamente en contra. Mientras (el presidente Dimitri) Medvedev se preparaba a firmar el decreto, la gente comenzaba a organizarse online, a través de Twitter y de sitios de blogs como LiveJournal, arreglando fechas para realizar protestas públicas. Finalmente, se volvió una cuestión extremadamente urgente para los medios tradicionales. La gente comenzó a pensar que podían decir al poder qué hacer.

En Rusia, Internet tiene el potencial de enseñar a la gente cómo expresar sus opiniones y ser más activa en la sociedad civil.

Tapper: Su formación es en economía de los medios. Con su enfoque sobre los nuevos medios, ¿cómo preparará el nuevo currículum de la escuela a los estudiantes para una carrera en Rusia?

Vartanova: Será más conceptual: cómo Internet está cambiando el paisaje y el consumo de los medios, y cómo influye en los medios y la cultura de la comunicación en la sociedad Rusia y entre usuarios. Combinaremos conocimiento académico con habilidades prácticas.

También enseñaremos a los estudiantes cómo crear sus propios medios en Internet. Aprenderán cómo ganar dinero, cómo lidiar con los anunciantes –a no ir a los políticos, a no pedir al Estado que financie sus compañías. Aprenderán las desventajas y los problemas del sistema ruso. Pero al crear y mantener sus nuevos medios, los graduados crearán una nueva cultura, nuevos segmentos de la industria de los medios.

(Aquí, la versión original de este artículo, en inglés)
http://www.niemanlab.org/2011/04/how-russias-top-journalism-school-is-revamping-its-curriculum-to-create-a-new-culture-of-press-freedom/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+NiemanJournalismLab+%28Nieman+Journalism+Lab%29
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Quién mató a Anna Politkovskaya, por Hinde Pomeraniec

Fuente: El Puercoespin de Argentina

 21 de junio de 2010


Moscú, 7 de octubre de 2006


“La destacada periodista rusa Anna Politkovskaya, conocida internacionalmente por ser una feroz crítica de las acciones del Kremlin en Chechenia, fue hallada muerta hoy en Moscú, en el ascensor de su edificio. Cerca de su cadáver se encontraron una pistola y cuatro balas.

El homicidio tiene todos los sellos de un crimen por encargo. Politkovskaya, quien trabajaba para el periódico Novaya Gazeta, era conocida por exponer en sus artículos los abusos a los derechos humanos de las tropas rusas en Chechenia. La periodista, de 48 años, fue asesinada alrededor de las 16.30, hora local. Vitaly Yaroshevsky, subeditor de Novaya Gazeta, cree que el crimen tiene que ver con su trabajo.” No vemos otro motivo para este crimen terrible,” dijo a la agencia Reuters. 

Oleg Panfilov, director del Centro para Periodismo en Situaciones Extremas dijo que Politkovskaya recibía amenazas frecuentemente. “Siempre pensé que podía pasarle algo a Anya, sobre  todo por Chechenia”, dijo a la agencia AP.

Durante una entrevista con la BBC, dos años atrás, Politkovskaya señaló que creía que su tarea era seguir investigando, pese a recibir esas amenazas de muerte. “Estoy absolutamente segura de que el riesgo es parte habitual de mi trabajo”, dijo. “Así como la función de los médicos es dar salud a sus pacientes y la de los cantantes es cantar, la función de un periodista es escribir la realidad de lo que uno ve”.
Moscú, febrero de 2008
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Estoy en la ciudad en donde pueden asesinar a alguien a sangre fría a plena luz del día y nada cambia. En donde las investigaciones de los crímenes se pierden en laberintos judiciales infinitos. En donde, por naturaleza y por cultura, se desconfía siempre de la víctima y los homenajes a los periodistas acribillados a balazos apenas convocan a unas 200 personas.

Recorro el barrio donde vivía Anna Politkovskaya, hacia el norte de la avenida Tverskaya, y trato de reconstruir la secuencia de los que fueron sus últimos momentos con vida imaginando que la nieve en la que se hunden mis botas no está, que no hace este frío que tritura los huesos y que hoy es un sábado de octubre, un tiempo atrás. Más tarde pruebo a escribir el relato de esas horas y sumo testimonios e hipótesis. Lo que se lee es esta historia.
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La mujer de cabello casi blanco estaciona el Lada plateado en la calle Lesnaya, a pocos metros de la puerta de su edificio. El primero en bajar del auto es Van Gogh, un bloodhaund de eternos ojos tristes que salta del asiento trasero y la celebra cuando ella desciende abrazada a dos bolsas con alimentos que acaba de comprar en el shopping Ramstore de la calle Frunzeskaya, ligeramente apurada para que los congelados no interrumpan la cadena de frío. Se lamenta por no haber conseguido la bañera plástica que buscaba para la beba de su hija Vera, que nacerá en un par de meses, y así se lo dijo a la futura madre hace unos momentos, por celular. Fue cuando aprovechó también para llamar a Ilya, su hijo, y avisarle que ya volvía a casa.

Antes de entrar, flojo el ceño que la envejece de más a los 48, saluda por encima de sus anteojos a las empleadas de la farmacia, apoyadas las dos mujeronas sobre un mostrador vacío, aburridas de sí mismas en la tarde gris del sábado.

Niebla y llovizna sucia en Moscú, poca gente, veredas quietas y húmedas. No hace frío pero el verano ya es recuerdo. La mujer alta, delgada y vestida de negro sube acompañada de su perro hasta su departamento en el 7º piso con la idea de bajar enseguida a buscar el resto de las compras; tiene la tarde por delante para terminar el artículo que domina su cabeza en las últimas semanas, una nueva denuncia de torturas y confesiones arrancadas a los golpes en el Cáucaso. Investigadora tenaz, opositora rumiante al gobierno ruso, la periodista Anna Politkovskaya (desde ahora también Anna P.) no volvería a salir a la calle.

Cruje el silencio cuando alguien abre la puerta del ascensor. Es Nina, una vecina adolescente, quien encuentra el cadáver ensangrentado. Diseminadas a su alrededor, las vainas servidas de las cuatro balas que su ejecutor plantó en el pecho y la cabeza de la periodista. A los pies de la muerta, la Makarov 9 mm con silenciador, usual posdata de un crimen por encargo, al menos en Moscú. Nadie sabrá nunca si durante ese viaje final hacia la planta baja acomodó su pelo o se miró de reojo en el espejo. Tampoco si tuvo miedo cuando, al abrir la puerta del ascensor, se encontró con el tipo de buzo oscuro con capucha. Sí es seguro que lo último que vio fueron los ojos de su asesino, quien no precisó cubrirse el rostro para dispararle y salir en el acto, sin agitarse demasiado, a juzgar por las imágenes registradas por las cámaras de seguridad del edificio.
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Cuando la mataron eran las cuatro y media de la tarde del 7 de octubre de 2006, día del cumpleaños 54 del entonces presidente Vladimir Putin. Algunos creyeron adivinar un “regalito” en el crimen de la calle Lesnaya.
No supieron decirme con quién quedó Van Gogh, quién le calma los nervios ahora al inestable perro de Anna P.; si alguno de sus hijos o tal vez algún amigo enternecido por la repentina soledad de la mascota. Tampoco fue posible llegar al nudo del crimen, ninguno de sus allegados tiene certezas sobre el autor intelectual de su asesinato, aunque nadie duda de que estuvo directamente vinculado a su trabajo.

Los últimos años de su vida, Anna P. los pasó investigando y escribiendo sobre los delirios de guerrilleros mesiánicos y las aberraciones impunes de las fuerzas rusas en Chechenia, un nombre difícil para un conflicto olvidado por las grandes mayorías; sólo presente -también en Rusia- en tragedias como la toma de rehenes en el teatro Dubrovka  y la salvajada en la escuela de Beslán, con sus cientos de muertes estériles y su hilera de ataúdes de niños, hitos de una batalla perdida para el sentido común y preciado trofeo de los señores de la guerra y los grandes traficantes.

Hija de ucranianos soviéticos, diplomáticos acreditados en la sede de Naciones Unidas en plena Guerra Fría, Anna Mazepa había nacido en 1958 en Nueva York. Su vida entre los márgenes de elite de la nomenklatura le permitió lujos intelectuales prohibidos para el resto de sus compatriotas, como viajar por el mundo o leer sin trabas ni Index.

Muy joven regresó a la URSS para estudiar en una universidad moscovita y en los primeros 80 se inició como periodista en Izvestia, para luego seguir en el house organ de Aeroflot, la línea de bandera rusa. Su matrimonio con el padre de Ilya y Vera, sus hijos, terminó en 2001, cuando al regreso de uno de sus viajes a Grozni, la capital chechena, Alexandr Politkovski, su esposo desde 1978, le dijo que ya no soportaba una vida conyugal por espasmos. También periodista, Alexandr había tenido su momento de gloria profesional en los tiempos de Gorbachov pero más tarde el alcohol ahogó todo deseo y fue apagando su estrella, mientras su mujer comenzaba una carrera ascendente. La competencia entre ambos sólo daba infelicidad. Por entonces Anna P. apenas tenía tiempo para revelar las verdades de los abusos en Chechenia y la corrupción dinámica en el gobierno de Putin. El divorcio la habilitó tiempo completo para su misión.

Difícil elegir un nombre de la larga red de “damnificados” por su tarea. Son tantas las voluntades interesadas en su muerte y todas vinculadas con sus investigaciones, muchas de las cuales llegaron a juicios que sólo dejaron resentimiento y furia en los acusados.

La detención, en agosto de 2007, de una banda integrada por delincuentes comunes de origen checheno y miembros de los servicios de seguridad, como autores materiales del asesinato no conforma. El anuncio del arresto ocurrió en sintonía con el inicio de la campaña electoral en Rusia, como muestra de transparencia investigativa por parte de las autoridades. Meses después, poco antes de que asumiera el presidente Dimitri Medvedev, la fiscalía aportaría nuevos datos de identificación del supuesto homicida, un checheno de 30 años. Nunca informaron a quién obedeció el sicario. En febrero de 2009 los cuatro detenidos fueron liberados luego de que un tribunal popular no encontrara pruebas suficientes para mantener las acusaciones. Nadie se sorprendió.

Habían buscado acabar con Anna antes de octubre de 2006. Posiblemente no hayan sido los mismos que lograron callarla; sus enemigos eran muchos y con recursos, en un país donde los sondeos indican que para la mayoría es más importante “un Estado fuerte” que el respeto por los derechos civiles. Puede intentar entenderse esta conducta: la era de los zares fue la del Imperio, durante la URSS fueron el único pueblo que oponía fortaleza a EE.UU. y con la llegada de Putin al poder, se recuperó la economía y el orgullo nacional dilapidados en tiempos de Yeltsin. Pero el regreso de la potencia económica se acompaña de deficiencias inquietantes.

En Rusia las fuerzas de seguridad que deben actuar como manos armadas del Estado se manejan muchas veces de modo independiente; los servicios secretos tienen negocios con delincuentes comunes, los multimillonarios de fortuna turbia se relacionan con mafias de todo tipo. Con la caída del comunismo y la venta de las empresas del Estado por centavos a los amigos del poder, los privilegios pasaron de estar en manos de la burocracia comunista a quedar del lado de quienes pueden pagarlos. El símbolo de esta nueva planificación jerárquica de la sociedad rusa bien podría ser esa baliza azul brillante que colocan los funcionarios en el techo de sus Mercedes para circular velozmente por la franja exclusiva marcada en medio de las avenidas; un dispositivo que también utilizan ricos varios que durante varios años pudieron comprarlo legalmente a 20 mil dólares, todos ciudadanos de primera en una Moscú atiborrada de autos y sin estacionamiento suficiente para los millones de unidades que inundaron en pocos años las calles con la tormenta capitalista. Las luces siguen, aunque ya no es posible comprarlas a discresión: el escándalo pudo más que los billetes.

A Anna la recuerdan como una furia hecha mujer. Una periodista aguerrida que avanzaba sobre las historias de adolescentes chechenos secuestrados y transformados de la noche a la mañana en guerrilleros abatidos en combate por las fuerzas rusas. O como la autora de desesperados relatos de madres de soldados muertos sin cadáver para enterrar. O la divulgadora de historias como la del coronel Yuri Budanov, quien en un alarde de ebriedad y virilidad nacionalista, secuestró a Elza K. (17), la torturó, violó y golpeó hasta darle muerte y ordenó a sus subalternos enterrarla en el cuartel. El militar acusaba sin pruebas a la niña de ser la francotiradora que había dado muerte a varios de sus hombres meses antes. El juicio se convirtió en símbolo de la “justicia selectiva” denunciada por Anna P. Después de vanos intentos por salvar a Budanov -considerado “héroe de guerra” en vastos circuitos-, un tribunal inusualmente valiente lo condenó a 11 años de prisión y lo convirtió en el primer militar ruso de alta graduación en ser condenado por crímenes de guerra en Chechenia.

En enero de 2009, cuando aún no había cumplido su pena, el coronel fue liberado bajo palabra. Cuatro días después de su liberación, el abogado de la familia de Elza K., Stanislav Markelov, de 34 años, fue ejecutado a sangre fría en plena calle Prechistenka, en el centro de Moscú, luego de dar una conferencia de prensa en la que anunció que apelaría la excarcelación de Budanov. A Markelov lo acompañaba Anastasia Baburova (25) periodista free lance del Novaya Gazeta, el periódico para el que trabajaba Anna P. El asesino, un hombre alto, vestido de negro y con un pasamontañas verde, se acercó por la espalda a Markelov y le disparó directo a la nuca. La joven periodista quiso retenerlo y también le disparó a ella. El abogado murió desangrado en la vereda; ella, unas horas más tarde, en el hospital.

Muchos también recuerdan a Anna P. como la valiente mujer que pidió entrar a negociar con los terroristas chechenos dispuestos a hacer explotar el Teatro Dubrovka en octubre de 2002. Estaba en Boston cuando se enteró de la noticia y voló inmediatamente a Rusia. Entre los rehenes había un íntimo amigo de sus hijos, quien negoció con el líder guerrillero el ingreso de Anna P. al teatro. Los chechenos la respetaban, sabían claramente quién era. Consiguió poco: llevarles bebidas y golosinas a los rehenes agotados. Cuando se disponía a mover piezas con sus contactos en el gobierno, el director de Novaya Gazeta la llamó al celular y mintió al pedirle que volviera a la redacción porque necesitaba que escribiera la crónica de la toma. El hombre había recibido un llamado de una fuente oficial, que le avisó que iban a recuperar el teatro y no podían garantizar la integridad de nadie.

Supe que unas 40 causas se iniciaron a partir de las investigaciones de Anna P., en un mundo judicial que vive en trenza con el poder político y donde manda la “justicia telefónica”, red de amiguismos y contactos que domina el imperio de los premios y castigos en Rusia, como me contó en Londres Alena Ledeneva, una académica siberiana experta en la economía negra rusa y residente en Gran Bretaña hace varios años.

Supe también que si bien Anna P. aseguraba que habían querido asesinarla al menos tres veces, sus colegas no terminaban de creerle. La percibían algo paranoica luego de tantos años en el Cáucaso y algunos la veían convertida en mártir casi por decisión propia. Hacía rato que ya no era bienvenida en conferencias de prensa oficiales y los funcionarios que se dignaban a hablar con ella lo hacían al mejor estilo Guerra Fría, a escondidas, en breves paseos por parques helados o puentes solitarios. Nadie quería correr riesgos.
-Hizo una labor de denuncia única.

La vista fija en la pared blanca del moderno café del Hotel Nacional, único espacio de vanguardia en el clásico edificio centenario, quien habla es M., periodista extranjero acreditado en Moscú hace años. No habla, susurra. Conoció a Anna a mediados de los ’90 y compartían el jurado de un prestigioso premio anual que los obligaba a encuentros pautados, “aunque no se puede decir que hayamos sido amigos”.

La charla con M. fue al día siguiente de la elección con “cambio de guardia presidencial” del Kremlin donde Dmitri Medvedev, el delfín ungido por Putin, ganó con el 70% de los votos, en una coreografía electoral diseñada sin sorpresas. Abrumado, como decepcionado consigo mismo, M. dice que la muerte de Anna se veía venir, pero que en una maratón de desidia e indiferencia pocos le prestaban atención.

-Finalmente la mataron; pagó con su vida por su trabajo y eso es lo único que cuenta al final de la jornada.
M. pide reserva de su identidad, delicadeza necesaria en tiempos difíciles, algo que él hace cuando protege la de sus fuentes, porque “en este país nunca se sabe”.

Entre los privilegios de los nuevos poderosos figura en Rusia sacarse de encima a gente molesta. ¿Paraíso de la impunidad para venganzas personales? La lista de periodistas asesinados desde 1991 tiene varias cifras, se habla de unos 250 periodistas desaparecidos, muertos de manera sospechosa o liquidados por asesinos a sueldo. Que quede claro: nadie, ni dentro ni fuera de Rusia, imagina a Putin levantando el teléfono y ordenando la muerte de Anna P. o de cualquier otro. Pero como dijo entonces Víctor Shenderovich, amigo personal de la muerta, humorista caído en desgracia y de imagen prohibida en la TV rusa, “Putin creó una sociedad en la que es posible asesinar a un periodista -tal vez para congraciarse con el presidente- y luego sentirse un intocable para siempre”.

Toby Eady es un reconocido agente literario británico. Era el representante de Anna P., a quien conoció a través de su esposa, la periodista y escritora china disidente Xinran Xue. “Tenía un coraje tan inmenso que uno no podía protegerla de sí misma”, asegura Eady desde Londres. “¿Habló con ella poco antes de su muerte? ¿Qué le dijo? ¿Tenía miedo?”, le pregunté en un email, todo junto. “Sí. En julio de ese año -la mataron en octubre- le dije que si se quedaba en Rusia podían asesinarla. Ella me contestó que no iba a salir de allí hasta que Putin se hubiera ido. No, no tenía miedo”, me respondió.

La noticia de su asesinato recorrió el mundo, junto con el vértigo y la desolación que sólo provoca no haber llegado a tiempo para advertir a alguien sobre un peligro inminente. Aunque el impacto fue grande, no puede decirse que el crimen haya sido una sorpresa para quienes conocían.

Tres días demoró el presidente Putin en hablar del asunto, tres largos días en los que la prensa internacional hizo cálculos sobre la enorme lista de periodistas silenciados a muerte en Rusia desde la caída de la URSS y el apogeo de las mafias. Piruetas de la historia, Putin habló desde Dresde, la ciudad del este alemán en donde vivió en los años 80, cuando era un cuadro de la “política exterior” de la KGB.

Después de sobrellevar estoico la indignación de unos dos mil manifestantes que le gritaban “asesino”, el presidente ruso calificó el crimen de “miserable”. Pero hizo algo más. En una carambola discursiva, aseguró que aunque Anna P. era muy conocida afuera de Rusia y entre los organismos de derechos humanos, su influencia política era “extremadamente insignificante” en su país. Es más -siguió su intento por minimizar a la víctima y alejar la sombra homicida de su entorno-, “su asesinato daña más al gobierno que cualquiera de sus escritos”.

Habrá que reconocer algo de verdad en sus palabras. Aunque sus notas aparecían en Novaya Gazeta, ésta es una publicación semanal independiente de alcance restringido y sus libros sólo se publicaban en el extranjero. La manera de pensar de Anna P., lejos de ser hegemónica, apenas hallaba eco en la población, más preocupada por el consumo desenfrenado y la recuperación del orgullo nacional que por las bajas continuas en la prensa o el crecimiento implacable del gremio de los sicarios.

Max es productor de TV. Fue amigo personal de Anna P. y es de lo más gráfico al buscar razones para su muerte.

-Ella tenía permiso desde arriba para hablar de ciertas cosas, pero en cierto momento dijo algo que no debía pronunciar, y ahí tenemos el resultado.

Habla bajito Max en el lobby del hotel Metropol, y explica que no es que existen permisos por escrito pero que cada vez que un periodista inicia en Rusia algún tipo de investigación, un “representante del poder”, como lo llama, debe estar al tanto. “Siempre hay un margen, una frontera, y pasarla está prohibido. Evidentemente sus denuncias sobre Chechenia y algunas cosas de las relaciones de las personas con las que habló tuvieron que ver con el crimen”, dice Max, quien prefiere no dar más detalles.

- ¿Y cómo trabaja  un periodista con tan poco margen de libertad?, pregunto.

-El problema no es la falta de libertad, sino la pereza. Es lo que pasa cuando uno puede decir algo pero sabe que nada va a cambiar, y entonces se pregunta para qué hacerlo, responde algo abatido.

“Anna no era una periodista de estar bajo fuego. Ella escribía sobre las consecuencias de la guerra, enviaba reportes desde los hospitales militares -donde tenía prohibido hablar con los soldados- o desde los campos de refugiados chechenos”. Quien esto me cuenta es Oleg Panfilov, director del Centro para Periodismo en Situaciones Extremas de Moscú. Se conocieron en los primeros 90, con el colapso del comunismo, cuando Anna P. escribía sobre temas diversos. Panfilov recuerda muy bien cómo en 1999 la guerra sucia de Chechenia se convirtió en su obsesión.

“Eran muchos los que la ayudaban a juntar información sobre casos de secuestros, ejecuciones extrajudiciales y corrupción en el gobierno pro ruso en Chechenia. Llegó a trasladarse escondida en el baúl del auto para evitar que la detuvieran o le impidieran ver a la gente que necesitaba entrevistar”, me contó Panfilov.

Lo que comenzó como una serie de notas sobre historias de vida bajo los escombros (“Grozni es una ciudad de calles vivas llenas de ojos muertos”, escribió después de uno de los bombardeos rusos) devino catarata de denuncias en poco tiempo. Eran tantos los casos de abusos que sus artículos comenzaron a abrumar a las autoridades, preocupadas por una cuestión de imagen. Entonces llegaron las primeras amenazas de muerte y se inició la estrategia de descrédito, cuando los involucrados directa o indirectamente en sus denuncias empezaron a cuestionar el “periodismo deshonesto” de Anna P.

-El Cáucaso no es Irak o Afganistán, pero sigue siendo un lugar peligroso.

Quien intenta buscar una explicación al crimen es Andrei, joven y locuaz periodista del Canal 1, uno de los tres grandes canales nacionales gerenciados por el gobierno ruso. Andrei habla con la elevada convicción de un vendedor entusiasta o un militante político. La conversación ocurrió a las puertas del centro de prensa moscovita desde donde se seguía el resultado de las elecciones presidenciales, un resultado que todos los que estábamos allí conocíamos de antemano. Para Andrei, gran comunicador y con dominio de varias lenguas, hablar de censura en Rusia es improcedente. “Aquí la prensa es totalmente libre; claro que la organización no es perfecta. ¿Acaso lo es en algún lado?”, dice, en el clásico giro ruso de responder a una pregunta con otra. “El asesinato de Anna P. fue una tragedia para todos y la investigación de su muerte es una cuestión de honor. Algunos de sus artículos eran muy críticos del poder, lo que te muestra cómo es de abierta nuestra democracia. Creo que Europa y EE.UU. usan este caso para su retórica antirrusa. Nuestro presidente dijo que su muerte hizo mucho más daño a la imagen del país que sus artículos. Tenía razón”.

“Rusia es enorme y, cuanto más lejos de las capitales como Moscú y San Petersburgo viven la gente piensa menos en periodistas asesinados. Tienen otro tipo de preocupaciones, como sobrevivir: algunos no cobran su salario por meses, por ejemplo”. Así buscaba explicarme la indiferencia general por la muerte de Anna Sofya, de 25 años. Lo hizo en Londres, a donde llegó para acompañar a Sanjar Quiam, su marido afgano, actualmente estudiando un posgrado. Sofya, como muchos otros rusos con quienes hablé, me confirmó que la mayor razón del desprecio por Anna o la indiferencia a su destino obedece a que está mal considerado que un ruso cuestione fuera de Rusia al gobierno o al país. En su caso, además, no es un dato menor que la periodista tenía doble nacionalidad: rusa y estadounidense.

-Politkovskaya no era vista como una persona positiva porque era muy crítica del régimen que le gusta a la mayoría de la gente.

Eso me dijo la jovencita rusa que dejó Moscú en 2007 y que hace de la lengua y las lenguas su modo de vida como intérprete y traductora en la capital del Reino Unido. También escribe artículos y practica la fotografía periodística. Su manera de ver las cosas naturalmente no coincide con la de Andrei.

-Con los periodistas, hay un tema con el miedo. Si yo fuera periodista en Moscú, estaría asustada. Y ése es el motivo por el cual no quiero trabajar allí, porque te obligan a decir sólo cosas amables y sin importancia. Y, si no, te amenazan.
***
La primera vez que intentaron callarla fue en 2001, cuando los militares rusos la detuvieron en Chechenia, la encerraron sin comida ni bebida y la sometieron a simulacros de fusilamiento por tres días. “Si fuera por mí, te mato ya”, le escupió con desprecio el encargado de liberarla, cuando alguien de la jerarquía decidió que no había llegado su hora. Las amenazas crecieron en intensidad, por lo que se trasladó a Viena por un tiempo. El hostigamiento no cedió a su regreso.

En septiembre de 2004, Anna P. estaba a bordo de un avión con la idea de llegar hasta la escuela de Beslán (Osetia del Norte) en donde un comando terrorista había tomado como rehenes a mil doscientas personas en el primer día de clases. Acostumbrada a tratar con las familias chechenas destruidas por la guerra, Politkovskaya conocía bien a esas almas desesperadas para quienes la muerte no es una tragedia sino la salida última a una vida miserable y sin destino. Quería entrar a negociar, como lo había hecho infructuosamente dos años antes en el Dubrovka, el teatro maldito de Moscú. Pero nunca llegó a la escuela de Beslán; sólo recordaba haber pedido un té durante el vuelo y haber despertado en la sala de terapia intensiva de un hospital desconocido, con los médicos diciendo “casi la perdemos”. Habían querido envenenarla. Hasta el final convivió con la certeza de que querían acabar con ella y se acomodó a ese destino, de tal modo que cuando su editor británico le pidió que saliera de Rusia por miedo a que la mataran se negó y hasta se dio tiempo para el humor negro al preguntar si, en el caso de ser asesinada, sus hijos estarían obligados a devolver el anticipo cobrado por su próximo libro.

“Anna podía pedir consejos y aconsejar; era una persona muy inteligente, analítica, con gran poder de deducción y capacidad para censurar las imperfecciones del poder. El periodismo perdió mucho con su muerte y, además, muchos empezaron a tener miedo”, confió Max esa mañana en el Metropol.

Estridente, pasional y contradictorio, Ramzan Kadirov -casado, 5 hijos-, es mucho más que el presidente y hombre fuerte de Chechenia. Su familia, de origen musulmán, lideró en principio la guerrilla separatista pero se convirtió en aliada de Moscú en la segunda parte del conflicto, ya con Putin en el poder central. En mayo de 2004, el padre de Kadirov era presidente cuando lo asesinaron los separatistas durante un acto público, cobrando así la vieja cuenta de la traición.

Puede decirse mucho de Kadirov, como que es un excéntrico amante de las armas o que conduce con orgullo a los “kadirovtsi”, milicias o escuadrones de la muerte que aterrorizan a la población y con los que se enorgullece de haber “limpiado” de terroristas su patria chica. Las denuncias sobre sus torturas son monstruosas. “Uniformes estadounidenses, armas rusas, creencias islámicas y espíritu checheno. Son invencibles”, se jactó hace poco, mientras acariciaba su cachorro de león el hombre que asegura que antes de adoptar una mascota la escupe, “para demostrar quién manda”.

Su vida transcurre como la de un emperador de pueblo, rodeado de seguridad, con un exceso de funcionarios que hacen como que trabajan y generando obra pública con el dinero proveniente de Moscú en tributo a su fidelidad. Así y todo, más del 60% de la población activa está desempleada. Quienes han entrado a su despacho contaron que allí pueden verse –previsiblemente- las fotos de su padre y de Putin y, no tan previsiblemente, también la del Che Guevara.

Kadirov odiaba tanto a Anna P. que más de una vez vociferó amenazas. Cuando la asesinaron, ella estaba trabajando en un artículo sobre torturas llevadas adelante por la gente del presidente checheno. Coincidencias de agenda. El día de la muerte de Anna P. era el cumpleaños de Putin y dos días antes Ramzan había cumplido los 30, edad legal para hacerse cargo de la presidencia en Chechenia. Tal vez sus muchachos, al amparo de la impunidad, quisieron hacerle un presente. Las primeras impresiones sobre el autor intelectual del crimen apuntaron hacia él, quien sin embargo tuvo una insólita declaración de principios: “Los chechenos no hacemos ajustes de cuentas con mujeres”, dijo, dando por cerrada cualquier discusión.
En línea con los dichos de Putin, la Fiscalía rusa rápidamente acusó a los enemigos del Kremlin de ser los mayores interesados en asesinar a la periodista. Dijeron que tenían información de que el autor intelectual del homicidio no estaba viviendo en Rusia, sino fuera del país. No es descabellada esa hipótesis. Dueños de fortunas obscenas y negocios turbios, los exiliados rusos en Londres tampoco son bebés de pecho. Sobre la insolente fortuna de Boris Berezovsky, enfrentado a Putin luego de haberlo catapultado a la presidencia con su dinero y su poder mediático, había escrito otro periodista asesinado, Paul Klebnikhov, editor de la Forbes rusa y muerto a balazos en la calle en 2004.

La pista “oligarcas” del crimen me refrescó un dato al que accedí cuando un periodista ruso me contó que años atrás, Anna P. había sido citada por Vladimir Gusnisky -junto con Berezovsky el otro zar de los medios de la era Yeltsin-, hoy residente en Israel luego de verse obligado a ceder parte de su fortuna al estado ruso y muy cauto con sus declaraciones. Gusnisky, por entonces uno de los hombres más poderosos del país, la esperó con sus artículos sobre el escritorio y le “advirtió” que si no dejaba de escribir sobre él, iba a dar a conocer un dossier que podía hundirla.

Más conjeturas. Hay quien dice que el padre de Anna P. no era “sólo” un diplomático soviético acreditado en Nueva York sino un agente clave de la KGB, dato que podría haberla perjudicado si se difundía. Más coincidencias con las fechas: el padre de Politkovskaya murió dos semanas antes de su asesinato. ¿Alguien habrá pensado que, muerto él, ya podían deshacerse de ella?

Entre las decenas de causas judiciales iniciadas a partir de investigaciones de Anna P., hay varias que terminaron mandando a prisión a militares acusados de violaciones y torturas en Chechenia. No se puede descartar que la orden de liquidarla haya salido de los cuarteles, elevados a la categoría de centros heroicos en la era Putin, tiempo en el que Rusia recobró su lugar como potencia económica y militar y como actor político internacional de peso.

Aunque las autoridades rusas intentan cada tanto demostrar que la investigación del crimen avanza, no hacen más que ofrecer un catálogo de torpezas. Uno de los últimos hitos fue divulgar el nombre del supuesto asesino sin haberlo detenido: inmejorable manera de advertir a alguien para que huya a tiempo. Tampoco hay todavía datos ciertos sobre el autor intelectual del asesinato. El juicio popular que se llevó a cabo terminó con la absolución de los cuatro implicados, todos de origen checheno. El autor no aparece, quien ordenó el asesinato, tampoco.

Imposible no ver la indiferencia ante la naturalización del crimen en una sociedad apática en materia política, que se refugia inconscientemente en el sistema de partido único, y en “donde el debate público pasó a temas vinculados con la identidad rusa y los valores espirituales, con Rusia como contrapeso del Occidente del capitalismo salvaje”, como me dijo un diplomático extranjero en Moscú, buscando explicar el desinterés local por el caso. Una sociedad que históricamente siente que “ante cualquier conflicto con las autoridades llevás las de perder”, me graficó un veterano escritor latinoamericano, que vive en Rusia hace más de 30 años.
No puedo dejar de pensar en Nina, la chiquita que encontró el cadáver de Anna P. en el ascensor y subió con él desde la planta baja hasta el 8º piso, buscando ayuda. Allí, otra vecina miró la escena con desdén y enseguida consultó su reloj. Serían las cinco de la tarde y estaba apurada, le dijo a Nina cuando la abandonó: estaban por cerrar los negocios y temía quedarse sin comida el fin de semana.
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Quién mató a Anna P. es un capítulo de Rusos. Postales de la era Putin, de Hinde Pomenariec (Tusquets, 2009)

 

Rusia: el periodismo sólo es libre en Internet

November 20th, 2010


Los peligros para los periodistas en Rusia son de público conocimiento desde comienzos de la década de 1990, pero la preocupación por la cantidad de muertes sin resolver se disparó luego del asesinato de Anna Politkovskaya* en Moscú, el 7 de octubre de 2006. Mientras que observadores internacionales hablan de varias docenas de muertes, algunas fuentes dentro de Rusia sostienen que ha habido más de doscientas. La evidencia ha sido examinada y documentada en dos informes, publicados en ruso y en inglés, por organizaciones internacionales.

Una investigación exhaustiva sobre las muertes de periodistas en Rusia fue publicada por la Federación Internacional de Periodistas en junio de 2009. En simultáneo, la organización lanzó un banco de datos en Internet que documenta más de trescientas muertes y desapariciones desde 1993. Tanto el reporte, titulado Justicia Parcial (en ruso: Частичное правосудие) como el banco de datos se nutrieron de datos recogidos en Rusia durante los últimos 16 años por observadores locales de medios de comunicación, la Glasnost Defence Foundation y el Center for Journalism in Extreme Situations (Centro para Periodistas en Situaciones Extremas).

En su informe de septiembre de 2009, el Comité para Proteger a Periodistas [basado en los Estados Unidos] insistió en su conclusión de que Rusia era uno de los países con mayor peligro de muerte para periodistas en todo el mundo, y agregó que era uno de los peores en resolver los crímenes.
Texto original (en inglés), aquí.
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“Discurso público en la blogósfera rusa”: informe del Berkman Center for Internet and Society de la Universidad de Harvard. 18 de octubre de 2010.



Los medios tradicionales en Rusia pasaron del control estatal absoluto de los años de la Unión Soviética, y la gran apertura y proceso de privatizaciones luego del colapso de la Unión Soviética, al actual modelo híbrido, en el que el Kremlin ejerce un control activo sobre la televisión nacional, que llega a todas partes (…),  pero permite la existencia de una prensa independiente marginal.

Al entrar en la escena política nacional en 1999, Vladimir Putin revirtió rápidamente el desenfrenado proceso privatizador de los medios de comunicación nacionales. Hoy, la situación puede ser descripta como de nacionalización parcial, con censura absoluta sobre ciertos temas y medios. Con todas las estaciones de televisión federal bajo control directo del Kremlin, o empresas de propiedad estatal como Gazprom, la televisión nacional es (…) una herramienta importante de control político.

La televisión es el único medio de comunicación masivo que tiene alcance nacional, y es una herramienta importante para promover la popularidad del gobierno (…) Este control incluye (…) reuniones semanales entre funcionarios del Kremlin y productores televisivos de las mayores cadenas, donde aquellos distribuyen temarios, discuten las noticias que al gobierno le interesan y sugieren enfoques a las noticias que se difundirán.

Este modelo de control televisivo no ha cambiado con Medvedev.

Los diarios, estaciones de radio y sitios de Internet tienen mucha mayor libertad. Algunos argumentan que a estos medios se les permite mayor independencia porque tienen audiencias más pequeñas que la televisión y éstas se limitan a las grandes ciudades –aún los diarios más leidos, por ejemplo, tienen circulaciones de cientos de miles de ejemplares, mientras que la televisión llega a poblaciones enteras–. Una de las pocas estaciones de radio independientes, Ekho Moskvy (Eco de Moscú), que tiene una audiencia de 900.000 personas, también disfruta de mayor libertad que la televisión, pero recibe presiones del gobierno cuando su cobertura es crítica del Kremlin.
(…)
En marzo de 2010, el Mercedes Benz del vicepresidente de Lukoil [la principal empresa petrolera de Rusia], Anatoly Barkov, cochó contra un compacto Citroën, hiriendo a Barkov y matando a la conductora del auto más pequeño, una conocida médica, y a su nuera, madre de un niño de dos años y también médica. Todavía no está claro quién tuvo la culpa del accidente, pero en ese momento la policía cargó la responsabilidad en la conductora del Citroën, diciendo que había zizgagueado entre el tráfico. La policía no pudo presentar ninguna evidencia que sostuviera esta afirmación pese a que la autopista, que tenía mucho movimiento, es recorrida por cámaras de seguridad. Sospechando un encubrimiento, blogueros rusos y la Federación de Dueños de Automóviles, un movimiento mayormente online que ha asistido en una cantidad de casos similares, tomaron rápidamente la causa de las víctimas y encontraron testigos y ejercieron presión desde Internet y sobre los medios tradicionales. Un rapero ruso, Noize MC, compuso una canción sobre el incidente, “Mercedes S-666″, y posteó el video en YouTube. La canción culpa a Barkov por el accidente y lo compara con un policía que, este mismo año más temprano, entró a un shopping a los tiros. El video fue visto 600.000 veces en sólo unos días, y la historia se convirtió en el tema más popular de la blogósfera rusa. Algunos bloggers llamaron a un boicot contra las estaciones de servicio de Lukoil. Al fin, el presidente Medvedev ordenó una investigación. La policía reabrió el caso, absolviendo a Barkov de toda culpa en septiembre. Sin embargo, la indignación pública sobre este incidente y otros similares han llevado a una campaña sostenida contra funcionarios que violan las leyes de tránsito cuando conducen sus costosos autos importados con luces centelleantes como las de la policía y patentes especiales. Como protesta, muchos conductores, en gesto de burla, colocaron baldes de plástico azul en el techo de sus autos.



En noviembre de 2009, el comandante de policía Alexander Dymovsky subió dos videos a YouTube con llamados directo al primer ministro Putin y a sus colegas de armas para que se pusiera fin a la extendida corrupción en la fuerza. Decidió actuar así luego de haber sido hostigado por sus superiores por haber llamado a un programa de radio mientras Putin todavía era presidente. Dymovsky había dicho al operador que quería preguntar al presidente qué pensaba hacer contra la corrupción y el desorden en Rusia. No lo pusieron al aire, pero su llamada fue rastreada y sus supervisores lo reportaron al Ministerio del Interior. Los videos fueron vistos más de dos millones de veces, y la denuncia atrajo mucha atención en la prensa internacional, mientras que los canales de TV federales lo ignoraron. En represalia por postear los videos, Dymovsky fue despedido, investigado y procesado por abuso de autoridad y fraude bajo una ley de secreto de Estado. Aunque no logró recuperar su trabajo, los cargos fueron finalmente desestimados, y otros rusos han adoptado su táctica para dirigirse al Kremlin directamente desde Youtube cuando quieren protestar por casos de abuso de poder y corrupción a nivel local.

Estas dos historias muestran el poder y los límites del creciente papel de Internet en la sociedad rusa. Cualquier persona puede criticar al gobierno y a otros poderosos, pero por lo general hay consecuencias. Internet puede ayudar a difundir conocimiento y a aumentar el debate sobre corrupción, pero las decisiones que favorecen a los poderosos no son necesariamente anuladas.
(…)
(Rusia) no pone filtros en Internet, mientras que China e Irán tienen dos de los sistemas técnicos de filtrado para la web más avanzados del mundo. Estudios de la OpenNet Initiative (ONI) confirma que Rusia no realiza filtrado de “primera generación” en la web. Sin embargo, ONI explica que Rusia (…) sí utiliza, y puede ser incluso un modelo de controles más sutiles de segunda y tercera generación, como intentos de meterse en el espacio online mediante bloggers pagos, con influencia sobre servidores de internet y un marco legal que permite hacer espionaje en la red, especialmente en periodos de alta tensión política (…) Pero son pocos los bloggers metidos en prisión, comparado con China, Irán, Egipto y Arabia Saudita, y el mayor control del espacio online en el idioma ruso ocurre en los países vecinos más autoritarios, como Bielorusia y Kazajistán.
(…)



El índice de penetración de Internet es relativamente bajo en Rusia, de alrededor del 37 por ciento de la población, pero crece rápidamente. El crecimiento ha sido firme y exponencial en la Federación Rusa, especialmente en zonas fuera de Moscú. Entre 2002 y 2010, el porcentaje de usuarios de internet prácticamente se sextuplicó, de 5% a 35%. En Moscú, el ritmo fue más lento, pero igualmente impresionante, con la penetración más que duplicándose en el mismo período, de 27% a 60.18%.

Internet sigue siendo un medio de elite, estratificado, dominado por usuarios urbanos, educados, con una división marcada entre  las ciudades grandes y las zonas urbanas. El alto índice de penetración y uso en Moscú y San Petesburgo no se aplica al resto del país. A nivel nacional, el porcentaje de penetración de 37% puede ser comparado con Brasil, donde es alrededor de 36%.

Aunque los 37 millones de usuarios regulares de Internet en Rusia constituyen menos del 40 por ciento de la población, quienes usan Internet lo hacen con frecuencia, y con pasión por las redes sociales. Si las estadísticas son certeras, el porcentaje de usuarios activos que bloguea y usa redes sociales es consistentemente más alto en Rusia que en los Estados Unidos, y aquellos que usan las redes sociales están más “comprometidos” que sus pares de otros países. Según un estudio de FOM de 2010, el grupo más activo de usuarios en Rusia tiene entre 18 y 24 años de edad (62%). Otro estudio de la Fundación Rusa para el Desarrollo de Internet halló que bloguear era la actividad online más frecuente de los usuarios de entre 14 y 17 años (…), a diferencia de los Estados Unidos, donde los más jóvenes no suelen llevar un blog.

(…) Para los usuarios diarios, Internet le está ganando terreno rápidamente a la televisión como la fuente más confiable de información, y ya es más consultada que la TV para informarse. Para los no usuarios rusos, la televisión es, de lejos, la fuente más confiable de información.
(…)
A diferencia de la mayoría de los bloggers orientados hacia la política en los Estados Unidos e Irán, quienes casi siempre se ubican con claridad en un lado o el otro del espectro ideológico, la mayoría de los bloggers rusos parecen escribir desde una perspectiva independiente, no alineada. Discuten sobre política con menos compromiso por definir una posición colectiva. Dicho esto, hay muchos bloggers asociados o pertenecientes a grupos o movimientos políticos y sociales, incluyendo tanto la “oposición democrática” como las agrupaciones “nacionalistas”. Estos incluyen a su vez grupos de bloggeres enfocados en el activismo social y ambiental asi como en acciones de caridad. También identificamos a una cantidad de bloggers asociados con grupos juveniles pro-gubernamentales, que sin embargo no conforman un colectivo distintivo.
(..)



YouTube es el sitio al que linkean con más frecuencia los bloggers rusos, del mismo modo que en los Estados Unidos y las blogósferas árabe y persa. YouTube tiene el dominio pese a la existencia de rutube.ru, un sitio ruso muy popular para compartir videos. Identificamos los videos más linkeados en la blogósfera rusa y revisamos los primeros 100 clips. Los principales 100 videos son una combinación de entretenimiento, humor y contenido político, tanto de confección comercial como generados por los usuarios. Una cantidad significativa de videos políticos se centran en la corrupción y la transparencia, contra el abuso de poder de las elites, el gobierno y la policía, e includen pedidos directos al Kremlin. Hay algunos videos relativos a temas ambientales, incluyendo un pedido de detener la destrucción del bosque Khimki en las afueras de Moscú, y varios referidos a temas nacionalistas.

El video político más popular muestra el discurso de Yury Shevchuk, estrella del rock ruso y lider de la oposición, durante un concierto, en marzo de 2010. En él, habla de su nostalgia por el rock del pasado y del fracaso de la música rusa contemporáena. Describe al rock ruso moderno como pornografía para los que apoyan el régimen policíaco. Sostiene que la verdadera naturaleza del rock es la libertad, y que la música actual está hecha para la gente que vive según la fórmula: comer, beber y tener sexo. Shevchuk exige además la liberación del preso Mikhail Khodorkovsky, ex ejecutivo de la petrolera Yukos y crítico del Kremlin, y dice a sus oyentes que deben poner su destino en sus propias manos. (…)

Hay una cantidad de otros videos que se refieren a corrupción en la industria financiera y en bancos. Incluyen uno de un blogger conocido, Alexei Navalny, que usa su posición como titular de acciones de grandes compañías para denunciar prácticas corruptas. Varios videos refieren a Dmitrii Baranovskii, líder de la organización Justice, cuyas investigaciones llevaron a la renuncia y al arresto del director de un banco estatal. Sin embargo, el propio Baranovskii fue luego investigado y acusado y hoy está preso (sigue blogueando a través de su abogado en http://dm-b.livejournal.com/). Muchos rusos ven aquí algo típico de las investigaciones de casos de corrupción en Rusia, en las que aún si los funcionarios corruptos son hallados culpables, los poderosos encuentran la manera de castigar a sus críticos y de intimidar a quienes quieran imitarlos.
(…)

Conclusiones:

1) La blogósfera rusa aparece como un espacio libre de control gubernamental (…) Hay grupos favorables al gobierno, como agrupaciones juveniles pro-Kremlin y bloggers que representan el punto de vista del gobierno. Pero no son grandes en número y no son núcleos centrales de ninguna de las agrupaciones de blogs políticas o sociales que investigamos;

2) Es un espacio predominantemente producido por coetáneos, por lo que recurren más comunmente a recursos de la web 2.0, como YouTube y Wikipedia, que a medios de comunicación tradicionales, pero también hay un profundo entremezclado entre los blogs y la ecología de los medios rusos. Los bloggers interesados en política linkean preferentemente a una cantidad de fuentes independientes de noticas e información, más que a fuentes oficiales, aunque no exclusivamente;

3) Muchos de los bloggers más interesados en política usan la plataforma para controlar y criticar a las elites y al gobierno. En especial, los videos de YouTube muestran un foco frecuente en casos de corrupción y abuso de poder;

4) La blogósfera rusa es un espacio que los rusos usan para comunicar temas que consideran de interés público y que requieren potencialmente una acción o reconocimiento colectivo. Según nuestra investigación, sectores de la blogósfera rusa usan este espacio no sólo para discutir sobre política y criticar al gobierno, sino para lograr movilización política y acción social. Si esta tendencia continúa y aumenta su desafío al status quo, debemos esperar un mayor involucramiento y una respuesta más agresiva del gobierno (…) Algunos sostienen que es sólo cuestión de tiempo que el gobierno concentre su gran poder en un esfuerzo por controlar Internet, limitar la acción política y la crítica. Es más probable que ocurra en momentos de tensión, como en época electoral. Al menos por ahora, sin embargo, tal vez por el limitado alcance de Internet en Rusia, o por los altos costos políticos o económicos de limitar el discurso online, la blogósfera política es un espacio libre y abierto para rusos de todo sector ideológico para discutir sobre política, para criticar o apoyar al gobierno, para combatir prácticas y funcionarios corruptos y para movilizar a otros alrededor de causas políticas y sociales.

El informe completo, de 46 páginas, en inglés y en ruso, aquí.
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* Un relato más completo sobre la muerte de Anna Politkovskaya, escrito por la periodista y escritora argentina Hinde Pomeraniec, aquí.