domingo, 26 de diciembre de 2010

La irrupción del "wikiperiodismo"

El oficio de informar y la diplomacia después de Wikileaks

Silvio Waisbord
Para LA NACION

Lunes 13 de diciembre de 2010


La detención de Julian Assange es el último episodio en el furor informativo desatado por la decisión de WikiLeaks de correr la cortina de la diplomacia del gobierno norteamericano. La megafiltración brindó la oportunidad al mundo de mirar las bambalinas de la diplomacia desde la primera fila de la platea. Observar la producción sin filtro de información vital para los destinos del mundo provoca un placer delicioso, irresistible, casi culpable. Como en cualquier cocina, ya sea de la política o de los negocios, el modus operandi no es precisamente delicado o bonito. La información muestra que la diplomacia no siempre habla de forma diplomática. Queda al descubierto la distancia entre la palabra pública del diálogo mesurado y estratégico y las conversaciones privadas repletas de impresiones, chismes, banalidades y convicciones sin pruebas.

Sin duda, la irrupción de WikiLeaks tiene consecuencias enormes para la diplomacia. Reponiéndose de la conmoción suscitada, la administración de Barack Obama advirtió a los funcionarios públicos de no consultar el sitio WikiLeaks. Tal decisión parece desesperada, un intento de tapar el sol con un colador, considerando la enorme dimensión de los cambios en curso. En la época digital, ya no existen más secretos; alguien puede acceder a documentos depositados en un servidor y hacer copias que adquieren vida y velocidad propia. La posibilidad que se revele información de la red de seguridad del gobierno de Estados Unidos (Siprnet), a la que tienen acceso casi tres millones de funcionarios, es permanente. Por ello es factible que, de aquí en más, cualquier diplomático sea mucho más discreto a la hora de producir información.

Más allá del impacto en la diplomacia, cabe preguntar si WikiLeaks es periodismo, especialmente el tipo de periodismo de investigación tan celebrado en democracia. WikiLeaks representa un nuevo tipo de periodismo en un mundo informativo en profunda transición. Es uno de los pocos ejemplos de periodismo realmente globalizado: su público es una audiencia global, su mira está puesta en cuestiones que trascienden la política nacional, y sus fuentes de información (y, según se especula, de financiamiento) son globales.

Sin embargo, que WikiLeaks haya escogido para la distribución de la información un manojo de medios tradicionales en países clave sugiere que los grandes periódicos siguen siendo fundamentales. Aun en un mundo digital de incalculable información, o quizá porque hay demasiada información, los medios prestigiosos occidentales retienen visibilidad y credibilidad. WikiLeaks por sí solo no hubiera ocasionado semejante conmoción.

Es claro que sus acciones guardan similitudes con el periodismo convencional más que con el modelo puro de Wikipedia. No es un trabajo colaborativo de ciudadanos anónimos en un proyecto común, como lo es la enciclopedia digital. Es una tarea de especialistas, entre los cuales hay periodistas, según dice Assange, que analizan los méritos de la información antes de publicar.

WikiLeaks reflota los desafíos éticos típicos que enfrenta el periodismo que divulga secretos de Estado. ¿Es ético publicar información obtenida de forma ilegal? ¿Se debe priorizar el derecho público a saber, a pesar de que la información pueda comprometer la "seguridad nacional"? ¿Es justificable defender el derecho del secreto de la fuente, tal como argumenta Assange? WikiLeaks tiene menos dudas que el periodismo convencional a la hora de responder estas preguntas, en gran parte debido a que su modelo de negocio y funcionamiento (que permanece en penumbras frente a la opinión pública mundial) es muy diferente al de la prensa tradicional.

Tal diferencia estructural explica también por qué Assange se despacha con una cantidad formidable de información (un cuarto de millón de cables diplomáticos) que habitualmente el periodismo daría con cuentagotas. En el periodismo, si se tiene información explosiva lo recomendable es publicarla en entregas breves, para mantener la atención pública durante semanas. Pensemos que con una ínfima parte de lo obtenido por WikiLeaks, la prensa puso al descubierto innumerables abusos de poder.
No es la pura lógica periodística lo que impulsa las decisiones de WikiLeaks; coexisten lo periodísticamente interesante con los detalles superfluos, que rara vez son noticia. Es información en crudo, ofrecida sin el filtro típico de la redacción. El sensacionalismo de las revelaciones que involucran a los poderosos del mundo (ya sea por sus intrigas geopolíticas de palacio, miserias privadas y debilidades personales) entra en la misma bolsa con observaciones pedestres e irrelevantes. El periodismo convencional tamiza mucho más que WikiLeaks, que sacude descargando parvas de información en bruto.

Quizá la prueba más contundente del "wikiperiodismo" es que sus acciones son interpretadas como si efectivamente fuera periodismo. No es cuestión de si WikiLeaks hace periodismo, sino que se cree que, efectivamente, es periodismo. Quienes apoyan a Assange sostienen que la virtud de WikiLeaks es exactamente lo que la buena prensa debe hacer en democracia: ofrecer información para ayudar a los ciudadanos a entender el funcionamiento del gobierno y mantener un escepticismo prudente frente al poder. En su opinión, WikiLeaks y los medios que diseminaron las filtraciones cumplen funciones vitales a la prensa, tal como lo imaginaron los filósofos de la democracia liberal. Más allá de la excesiva arrogancia de Assange y la falta de transparencia de su operación (hasta se le critican sus horribles cortes de pelo), su empecinamiento en desnudar al poder de la primera potencia mundial es digna del mejor periodismo.

Por otra parte, los críticos, particularmente voces prominentes del gobierno norteamericano, reaccionaron tal como si hubiera sido la prensa convencional quien destapó acciones ilegales que involucran a funcionarios públicos. Sus declaraciones tienen el perfume inconfundible de las críticas lanzadas por la administración de Richard Nixon en ocasión de la publicación de los "papeles del Pentágono", en 1971. Hoy como entonces, el gobierno norteamericano acusa a WikiLeaks de criminal, de favorecer a los enemigos y de olvidar su responsabilidad con la seguridad nacional. En actos típicos de "matar al mensajero", encumbrados políticos pidieron desempolvar el Acta contra el Espionaje aprobada durante la Primera Guerra Mundial. Para los críticos, Assange irresponsablemente pone en riesgo la seguridad de personal diplomático y militar alrededor del mundo. Sostienen que pensar en la transparencia absoluta de la política exterior es irrealista y necio, ya que la discreción y la reserva son esenciales para que la diplomacia sea efectiva; la libertad de información no implica la publicación de secretos vitales para la seguridad de los Estados Unidos y sus aliados.

WikiLeaks muestra no solamente la dificultad de poner el cascabel a la divulgación de información en el mundo digitalizado, donde la privacidad, incluso de la información diplomática, es endeble. Cuando se carecen de leyes globales como la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, y la legislación draconiana sobre la difusión de información oficial sigue vigente en numerosos países, WikiLeaks aprovecha el caos legal para publicar información. No es que los periodistas cruzan fronteras para trabajar en países con leyes más proclives a proteger la revelación de secretos, tal como lo hicieran destacados columnistas ingleses al mudarse a Estados Unidos.

El "wikiperiodismo" existe en un nuevo mundo donde las viejas leyes no funcionan y las nuevas reglas no están claras. Así como todas las fronteras geográficas, económicas y culturales quedan difusas en la globalización, WikiLeaks cruza los límites entre periodismo e inteligencia, sensacionalismo y seriedad. Aprovecha el desorden legal y tecnológico para producir un fenómeno periodístico propio de los nuevos tiempos.
© La Nacion
El autor es profesor de Periodismo y Comunicación Política en la George Washington University

martes, 14 de diciembre de 2010

Mario, el reportero


La República
05 de diciembre de 2010

Un somero examen de su trayectoria nos revelará sus primeras incursiones en el periodismo como cronista policial. Y esa experiencia reporteril, sumada al rigor propio de un periodista de investigación, le servirían luego para escribir varias de sus grandes novelas. Con ocasión de la entrega del Premio Nobel, una historia de la vieja relación de MVLl con el periodismo. 


Por Ángel Páez

No se equivocan los lectores de El sueño del celta si encuentran en la novela un parecido con el reportaje periodístico. En realidad, tampoco deberían sorprenderse porque Mario Vargas Llosa es un viejo periodista que varias veces se ha valido de las técnicas de la profesión para escribir ficción sobre hechos reales. Comenzó a hacerlo cuando agotó la fuente de la experiencia personal. Luego de publicar La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977), libros que contienen una poderosa carga autobiográfica, Vargas Llosa daría un espectacular giro. Recurrió al reporterismo, esa entrañable práctica con la que se inició a los 15 años en el diario La Crónica, para emprender una nueva etapa literaria basada en la investigación de historias verdaderas que luego transformaría en notables novelas.

La primera oportunidad se le presentó después de escribir el guión de una película que nunca se filmó sobre la rebelión de los Canudos, dirigida por un mesiánico y fantasmagórico personaje brasileño llamado Antonio Conselheiro, entre 1896 y 1897, en Bahía. El novelista leyó todo lo que se había escrito sobre el tema, revisó los archivos con documentos originales que registran los hechos e hizo un viaje hasta los escenarios en los que se desenvolvieron los episodios violentos. Una vez  informado concienzudamente hasta dominar los detalles como un perito, Vargas Llosa se despojó de la condición de periodista para contar su propia versión de lo que llamó La guerra del fin del mundo (1981).

“Creo haber leído prácticamente todo lo que se ha escrito sobre Canudos. A todo el mundo le expliqué que no estaba escribiendo una novela apegada a la historia, y que quería conocer la verdadera historia, digamos, para mentir con conocimiento de causa”, le dijo Vargas Llosa al periodista brasileño Ricardo Setti, del diario Jornal do Brasil.

El método para escribir La guerra del fin del mundo resultó muy eficaz, al punto que lo repitió para escribir el siguiente libro, Historia de Mayta (1984). El interés por la insurrección del subteniente de la Guardia Republicana Francisco Vallejos Vidal, el sindicalista Jacinto Rentería y el líder campesino Vicente Mayta Mercado, en Jauja, en 1962, atrapó la avidez literaria de Vargas Llosa ese mismo año, en París, antes de haber publicado alguna novela. Fue cuando leyó una noticia pequeña en el diario Le Monde sobre la primera revolución marxista-leninista en el Perú encabezada por Vallejos. En esa época Vargas Llosa adhería el socialismo y era amigo de varios de los revolucionarios que morirían en otros intentos de insurgencia, como Javier Heraud, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), en 1963; y Paul Escobar, del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), fallecido en 1965. Dieciocho años después de leer la noticia en el periódico parisién, y conmovido por la guerra de Sendero Luminoso que se había iniciado ferozmente, Vargas Llosa se animó a contar lo sucedido en Jauja. El escritor  vio en el movimiento protagonizado por el subteniente Vallejos el principio de lo que después desembocó en la espantosa y fanática violencia abimaelista.

Reportero de la historia

Para construir Historia de Mayta, otra vez asumió el papel de periodista y buscó toda la información que se publicó sobre el levantamiento del 29 de mayo de 1962. Entrevistó a sobrevivientes y testigos de la época, se desplazó a los escenarios en los que ocurrieron los incidentes, se sumergió hasta la coronilla en la historia borroneada por el tiempo. “La indagación me llevó a visitar a diversas personas, a revisar periódicos antiguos, a recorrer bibliotecas tras el afán de reconstruir la figura del mítico protagonista de la historia de Jauja. Para ello, conversé con antiguos amigos y enemigos del personaje y cotejé las diversas versiones”, “El narrador trata a través de entrevistas, a través de una pesquisa, de reconstruir quién fue Mayta”, explicó a Jorge Salazar, de la revista Caretas.

Sin embargo, no obstante el notable éxito de la fórmula La guerra del fin del mundo e Historia de Mayta, una vez más los demonios interiores de la experiencia propia devolvieron al novelista al arte de la pura invención, lo que produjo ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), El hablador (1987), Elogio de la madrastra (1988), Lituma en los Andes (1993) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997). Retomaría el reporterismo para investigar el crimen del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, cometido en 1961. La idea de La fiesta del Chivo (2000) surgió durante su estancia en República Dominicana en 1975, durante el rodaje de la primera versión fílmica de Pantaleón y las visitadoras. Vargas Llosa ha desmentido que el régimen corrupto de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos lo inspiró para emprender el libro, pero algunos personajes coinciden en ello. Una vez más se entregó en cuerpo y alma a la búsqueda de material para su nuevo proyecto, La fiesta del Chivo (2000), dirigiéndose a las fuentes, en particular las humanas. “He leído todo lo que ha caído en mis manos (publicado y no) al respecto. Testimonios, confidencias sobre las conspiraciones que hubo para matar (al Chivo) y he conversado con personas de todos los bandos que actualmente viven en República Dominicana”, le dijo el novelista a Caretas, según la edición del 2 de marzo del 2000.

A continuación emprendió una investigación sobre Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán Moscoso (1803-1844) y su nieto Eugène Henri Jean-Paul Gauguin (1848-1903), protagonistas de El paraíso en la otra esquina (2003). El interés por Tristán comenzó luego de leer Peregrinaciones de una paria (1838) cuando estudiaba en San Marcos, en la segunda mitad de los años 50. En su afán por retratar con pasión y certeza a sus personajes, se zambulló en una vorágine investigativa, que esta vez fue más penosa y difícil porque había episodios oscuros, no documentados, de Flora Tristán. La mujer hizo una episódica pero decisiva travesía por el país, específicamente en Arequipa. “Apenas estuvo poco menos de un año en el Perú, pero fue un año fronterizo en su vida”, le dijo Vargas Llosa a Carlos Batalla, de La República: “Sin la experiencia peruana, Flora jamás hubiese sido lo que fue”.

Después de leer una biografía de Joseph Conrad, su escritor favorito, encontró que este fue amigo de Roger Casement y que ambos coincidieron en Congo. Luego se informaría de que Casement, luego de denunciar las atrocidades colonialistas contra los nativos congoleños, reportó al mundo las masacres de indígenas peruanos en el Putumayo cometidas por los explotadores del caucho. En la historia de Casement encontró la ocasión perfecta para transformarse en periodista. A comienzos del 2009 viajó al Congo arriesgando el pellejo y también estuvo en la Amazonía. Por supuesto, se zambulló en los archivos de Iquitos, Londres, Nueva York, Bruselas y habló con todo el que supiera sobre Casement para componer El sueño del celta. Fue como un viaje al corazón de las tinieblas, y pudo sobrevivir para contarlo.

Desbocada Pasión

“Aunque a mí lo que más me gusta es la literatura, no me gustaría vivir solamente en un mundo de ficción, cortado del resto de la vida. No. Yo quiero tener siempre un pie en la calle, estar inmerso en lo que es la actividad de mis contemporáneos, del tiempo, del sitio donde vivo”, confesó Mario Vargas Llosa a Katharyn Rodemann, de la revista Texas Monthly. “El periodismo siempre ha sido para mí muy importante. Durante mucho tiempo me gané la vida haciendo periodismo, y también ha sido una fuente de temas. Muchas de las cosas que he escrito no las hubiera escrito sin haber tenido experiencia de periodista”. Es una desbocada pasión que lo llevó a arriesgarse a viajar a la turbulenta Franja de Gaza y a la invadida Irak para reportear en directo la tragedia humana, como lo hicieron en su tiempo Stephen Crane, Ernest Hemingway y Vasili Grossman.