lunes, 29 de agosto de 2011

Revoluciones inquisidoras


Autoritarismo a la ecuatoriana: Zarpazo contra la Libertad de expresión

Fuente El Comercio

Por: Ricardo Trotti Periodista
Sábado 23 de Julio del 2011
La revolución ciudadana de Rafael Correa se asemeja cada vez más a la bolivariana de Hugo Chávez: la crítica a la autoridad y el disenso se han convertido en delitos de opinión, castigándose con cárcel, multas millonarias o exilio forzado.
Así como la Iglesia del siglo XIV, el presidente ecuatoriano se siente dueño de la verdad, infalible y censor de sus críticos. Esta semana, un ex columnista del diario “El Universo” y sus directivos pagaron muy caro la osadía de llamarlo “dictador” en una columna de opinión. En un trámite judicial vertiginoso, un juez sentenció en doce horas tras leer 5.000 fojas de expediente, condenándolos a tres años de cárcel y a indemnizar al mandatario con US$40 millones.
La desproporción entre castigo y delito desenmascara un juicio politizado. Similar al que fue sometido el opositor venezolano Oswaldo Álvarez, sentenciado a dos años de cárcel por declarar que el narcotráfico corroe Venezuela. Un entretejido sistema jurídico-legal es usado para castigar la crítica de políticos y periodistas, quienes ante la persecución eligen el destierro antes que la cárcel.
A este sistema perverso, Chávez y Correa lo completan con el escarnio público. Dedican horas para satirizar e insultar a sus contrincantes. Correa consagró siete cadenas nacionales de más de una hora para atacar a los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, autores de “El gran hermano”, un libro que denuncia nepotismo y corrupción en contratos entre el Estado y su hermano mayor, Fabricio. A la ofensiva verbal, le sumó una demanda por US$10 millones.
La astucia de Correa es que la burla, las represalias legales y la inseguridad jurídica generen miedo y autocensura. Lo está logrando. Un 70% de periodistas la practica, según una encuesta nacional de Fundamedios.
Al igual que el presidente de Venezuela, Correa se sirve de su estrategia integral, para expropiar y controlar empresas. Creó un emporio de 19 medios de comunicación, sin contar los que controla mediante la presión de la publicidad oficial, inspecciones impositivas y sanciones administrativas. Utiliza un ejército de periodistas militantes para defender su revolución, así sea con propaganda noticiosa o programas televisivos al estilo “6, 7 y 8” en Argentina o “La Hojilla” en Venezuela, desde donde se califica de gusano y vendepatria a quien piense diferente.
Su mayor anhelo es contar con una ley de comunicación que le permita “controlar los excesos de la prensa corrupta”. Introdujo su semilla en la Constitución del 2008, aunque no pudo cristalizarla tras varios empellones en el Congreso. Pero en una coartada perfecta, Correa retomó el tema en la consulta popular de mayo. Consiguió su sueño y de un solo zarpazo contra la libertad de empresa y de prensa logró que se prohibiera que los dueños de medios posean otro tipo de empresas y que se sancione la difusión de contenidos explícitos sobre violencia, sexo y discriminación.
El Gobierno Ecuatoriano busca vender gato por liebre para que pasen desapercibidas esas violaciones. Los ciudadanos creen que se trata de una ley de comunicación o de medios, no obstante que la censura recaerá sobre todas las expresiones: cartas al director, declaraciones de opositores, páginas de Internet o de redes sociales. Pero a Correa el tiro puede salirle por la culata. El costo político será caro: se confirma su autoritarismo, lo que trata afanosamente de simular tras una falsa estampa de líder apegado a la ley y la justicia.
Ojalá que los legisladores, antes de votar la “ley Correa”, miren el mural que pende en el Palacio Legislativo del extinto Oswaldo Guayasamín, quien al representar al populismo con rostro oscuro y adusto, explicó: “Cuando el pueblo escucha estos cantos de sirena, se engaña, y forma la chusma con la que los populistas llegan al poder, para luego cargarle el peso de sus ambiciones”.

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