domingo, 29 de noviembre de 2009

El arte del rencor

23 noviembre 2009 

Perú 21
Autor: Jaime Bayly



Yo fui periodista antes que escritor y no sería escritor de no haber sido educado como reportero y columnista en dos periódicos de Lima y aun ahora, cuando debo llenar el formulario de migraciones en uno de mis tantos viajes, suelo declarar que me gano la vida como periodista y no como escritor (lo que es rigurosamente cierto).

Gracias a una conspiración urdida por mi madre, una amiga suya y un amigo de su amiga, el director de La Prensa, entré a trabajar a ese periódico en el verano de 1981, con dieciséis años. Mi trabajo consistía en cortar y ordenar los despachos telegráficos de France Press, United Press International, Associated Press, Ansa y Télam, que llegaban en medio de un ruido ensordecedor al cuarto de los teletipos. Tiempo después, fui ascendido como redactor de deportes. Luego me premiaron con una columna política, Banderillas, que escribí en 1982 y 1983.

Cuando quebró La Prensa, ya me había enfermado del vicio de escribir reportajes y columnas arbitrarias y atrabiliarias. No hacía mucho me habían otorgado unos documentos que acreditaban que era mayor de edad con dieciocho años cumplidos y ya entonces soñaba con ser un escritor, aunque no se lo decía a nadie (solo se lo dije a Viviana, borracho, en una discoteca).

Debido a una pregunta osada (que el tiempo reveló profética), el presidente de mi país, un joven intoxicado de arrogancia y extasiado de escucharse a sí mismo, se indispuso contra mí y ejercitó el rencor en complicidad con sus amigos, sacándome de la televisión, en la que me ganaba la vida desde el hundimiento de La Prensa.

No fue sino una hilarante bifurcación del destino que, durante la presidencia de ese joven envanecido, terminase ganándome la vida como periodista de televisión en Santo Domingo. Fue casi como un asilo político, aunque no tuviera que solicitarlo ni pasar por las formalidades burocráticas. A sabiendas de que las puertas de la televisión se me habían cerrado en mi país, los dominicanos (vaya uno a saber cómo y por qué y bajo el efecto de qué bebidas espirituosas) me propusieron trabajar en la televisión de Santo Domingo, que supo hacerme trabajar poco (como a todos) y pagarme bien (como a pocos).

Aun en esos años en los que pasaba más tiempo fuera de Lima, el virus del que me había contagiado en La Prensa (la enfermedad del escritor que no puede vivir sin escribir o cuando menos sin pensar en las cosas que va a escribir) se fue multiplicando en mi organismo y, a falta de coraje para escribir ficciones, me resigné a publicar en el diario Expreso de Lima una columna de fútbol que se tituló Zigzag.

Durante la campaña presidencial de Mario Vargas Llosa, escribí en Expreso unas crónicas itinerantes sobre su quijotesca andadura por los pueblos del Perú. Noté que Mario lucía impaciente y al final parecía ansioso por perder, tal vez porque necesitaba perder para volver a ser un escritor.

Reconocí en su crispación, en su hastío de las intrigas políticas, en su añoranza por el oficio que había abandonado para servir una causa pública o unos ideales o una ambición personal, los síntomas de la enfermedad que yo creía padecer también: la del escritor que no escribe, que, me temo, puede ser mortal.

Cuando Mario se fue del Perú, esperé a que terminase mi contrato en el canal en el que trabajaba como periodista (o propagandista) y decidí que había llegado la hora de ser un escritor. Si Mario había salido con la ironía de que los peruanos no habían querido elegirlo presidente para recuperarlo como escritor, yo podía decir que los peruanos habían votado también para echarme de la televisión y, sin saberlo, arrojarme a la boca del lobo: la cueva del escritor ermitaño en la que soñaba vivir el resto de mi vida, sin maquillarme nunca más.

Comencé a escribir la primera versión de No se lo digas a nadie en una biblioteca de Madrid el invierno de 1991. La seguí escribiendo en Washington en 1992 y 1993. Gracias a la generosa intervención de Mario Vargas Llosa, que llamó por teléfono a Pere Gimferrer a recomendarle mi novela, salió publicada en España en abril de 1994 en la editorial Seix Barral.

Mientras esperaba la respuesta de las editoriales españolas a las que había enviado mi primera novela (la editorial peruana Peisa la rechazó sin rodeos y ahora la sigue publicando sin tener derechos sobre ella, alegando que son “sobrantes de la primera edición”, sí, claro; Tusquets, o Beatriz de Moura, me escribió una carta declinando publicarla, pero diciéndome que veía en mí “madera de escritor”, lo que me hizo sentir un carpintero; Alfaguara o Juan Cruz nunca contestó), escribí Los últimos días de La Prensa entre 1993 y 1994. Ya estaba enfermo de ser un escritor y aquella parecía ser una enfermedad gozosa y maldita y no estaba dispuesto a dejar de ser un escritor aun si nadie quería publicar mi primera novela, ninguna de mis novelas, y por eso me impuse la rutina de seguir escribiendo mientras esperaba alguna respuesta bienhechora, que por fin llegó en diciembre de 1993, en forma de fax firmado por Pere Gimferrer de Seix Barral, un día en que caía la nieve.

En el invierno de 1994 en Washington, tal vez entusiasmado porque había encontrado un editor en Barcelona, escribí, en trance afiebrado, en apenas tres meses, La noche es virgen, mientras cuidaba a mi hija para que su madre pudiera asistir a sus clases de posgrado.

Luego, huyendo del frío, y cuando la madre de mi hija se graduó, nos mudamos a Miami (tras pasar unos meses en Lima), donde conseguí trabajo en la televisión. En 1995 escribí Fue ayer y no me acuerdo en un departamento de Key Biscayne con vistas al mar, esperando a que mi mujer diera a luz a nuestra segunda hija.

Por una decisión de mi editor de Seix Barral, Fue ayer y no me acuerdo fue publicada en el otoño español de 1995, antes de Los últimos días de La Prensa, que salió en el invierno de 1996, tal vez demasiado pronto: demasiado pronto para Fue ayer y no me acuerdo, que fue eclipsada por el éxito de mi primera novela, y demasiado pronto para Los últimos días de La Prensa, sobre la que sus predecesoras echaron sombras y la condenaron a ser una novela que nunca consiguió llamar la atención y salir de la discreta indiferencia a la que fue confinada por los lectores.

Sin consultarme, mi agente literaria Carmen Balcells (la mujer más inteligente que he conocido y la que más me ha dado de comer) presentó el manuscrito de La noche es virgen al premio Herralde, que ganó por unanimidad en 1997 (una revista peruana menospreció el premio, diciendo que se trataba de un galardón “deslavado”, a pesar de que lo había ganado Javier Marías y el año siguiente lo ganó Roberto Bolaño) y fue publicada ese año por Anagrama.

En un esfuerzo inútil por escribir una novela que pudiera gustarle a mi madre, en 1997 y 1998 escribí Yo amo a mi mami en una casa de la calle Hampton, en Key Biscayne, novela publicada por Anagrama en 1999 (y presentada por Roberto Bolaño en Barcelona). En esa casa escribí también Los amigos que perdí en 1999 (novela que dediqué a mi padre) y Aquí no hay poesía el 2000, libros publicados por Anagrama.

El 2001 me mudé a un hotel de Lima, un hotel gris, de aire moscovita, que años después ganó fama como burdel de futbolistas, y allí escribí La mujer de mi hermano, publicada por Planeta en 2002 (es la única novela que he escrito en el Perú y es con seguridad una de mis peores novelas y una cosa puede que tenga que ver con la otra).

El 2003 escribí El huracán lleva tu nombre en una casa amarilla, sin aire acondicionado, de la calle Caribbean, en Key Biscayne. Fue un año consagrado por completo al vicio de escribir. La novela fue publicada por Planeta el 2004.

Ese año me mudé a Buenos Aires y escribí, en un departamento de la calle Roque Sáenz Peña, en San Isidro, Y de repente, un ángel, que quedó finalista (perdí por un voto) del Planeta España en noviembre de 2005 (ese voto me costó medio millón de euros: aún estoy investigando quién fue el que votó contra mí).

El 2006 y 2007, a pesar de que viajaba todas las semanas, me las ingenié para escribir, en una casa de la calle Fernwood, en Key Biscayne (y sobre todo en aeropuertos y aviones), El canalla sentimental, novela publicada por Planeta el otoño de 2008.

El año pasado escribí en esa misma casa de la calle Fernwood la novela El cojo y el loco, publicada por Alfaguara este año.

Haciendo las cuentas, he publicado once novelas y un libro de poesía desde que comencé a escribir en Madrid en 1991. De esas once novelas, tres fueron escritas en Washington, seis en Miami, una en Buenos Aires y una en Lima. El libro de poesía fue escrito (o perpetrado) en Miami.

Estos días me he mudado a Bogotá y estoy escribiendo una novela que, si así lo quieren los dioses, podría ser la mejor de las que deje escritas. Es una novela sobre el odio, la venganza y el rencor y está salpicada de sangre y la escribo todas las noches de doce a cuatro de la mañana y luego salgo a caminar por las calles mojadas por la lluvia, esperando a que alguna moto pase a mi lado y acabe con mi vida antes de que yo termine de matar a todos mis enemigos en esa historia que, presiento, será mi novela mejor lograda (o al menos la más ambiciosa), y que el destino ha querido que la escriba en esta ciudad que empiezo a sentir un poco mía, Bogotá, la ciudad donde es habitual que la gente se mate en las calles y en los libros, una vieja tradición que al parecer he venido a honrar con mi vida o mi novela.

PD. La familia del señor Jaime Bayly cumple con el penoso deber de participar que Jaime sigue vivo. Rogamos al Altísimo que lo recoja pronto.

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