sábado, 24 de abril de 2010

El periodismo malvado

24 de abril de 2010

Por Raúl Mendoza Cánepa
Extraido de su Blog

Ya conocía esta historia, pero vale recordarla. El mismo César Hildebrandt lo confesó hace un tiempo y lo rememoró en su semanario ayer (Hildebrandt en sus Trece). Raúl Ferrero Costa era a fines de los 70 un joven de buen ver y con aspiraciones políticas. Tanto que se avizoraba como una promesa presidencial para los 80.

Gracias a la argucia de Manuel Ulloa, Ferrero fue sometido al juicio implacable de Hildebrandt en el Programa Pulso, que entonces dirigía Alfonso Tealdo ¿Qué ocurrió? Ulloa descubrió que el joven político y columnista había plagiado los fragmentos de un libro para un artículo publicado en Expreso. Es decir, la joven promesa era un “fraude”. Hildebrant lo hizo añicos en el programa, lo emboscó y le disparó a mansalva. Ferrero apenas pudo balbucear algunas palabras. Estaba lívido.

Entiendo que Ulloa le jugara una mala pasada al joven Ferrero, pero difícil de entender por qué un periodista puede demoler la honra de un aspirante que erró en un paso, tuvo un desliz, perpetró un pecadillo; transgresión que no lo descalificaba en sustancia. En el summum de la intolerancia, Ferrero fue acorralado y muerto esa noche. Pudo haber sido una gran carrera política. Todo por unos miserables párrafos.

Lo mismo le ocurrió a Fernando Iwasaki, que plagió en un artículo algunos párrafos y fue descubierto. Dicen que quien delató fue un afamado profesor de izquierda, sin ambages para castigar el más mínimo desliz de quien corriera en la otra orilla. Iwasaki estaba en el Fredemo. Se anunciaba como un historiador de fuste, un intelectual de nota y un escritor en ciernes. Una noche Hildebrandt lo lapidó. Iwasai, contrito y cabizbajo, admitió en el programa que, efectivamente había plagiado y ese fue su fin. Poco tiempo después se fue del Perú y le va muy bien como un escritor de reconocida pluma en España.

No me detengo en Bryce, que es un habitué de la copia, sino en dos personajes que, al margen de sus sendos pecadillos, tienen el merito para brillar sin necesidad del copy paste, pues Ferrero es un jurista honorable e inteligente e Iwasaki un intelectual bastante respetable. Y si es así ¿Para qué dispararles a la cabeza? ¿Cuál fue el merito del periodismo o más concretamente de Hildebrandt en sendas noches? ¿Matar al santo por no encender una vela? ¿Y si Iwasaki, muy por encima de un articulillo nimio era un gran intelectual rompiendo el cascarón? ¿Y si Ferrero, mucho, pero mucho más allá de su pecadillo idiota, era la progenie de un gran estadista?

Aquí unos párrafos pequeños de lo que Hildebrandt nos cuenta, no sé si con orgullo o remordimiento, que es una forma de liberar demonios que nos muerden sin descansar sus fauces: “Un día nos avisaron que el invitado era Raúl Ferrero, un abogado buenmozo y de éxito que acababa de fundar un partido político (…). Era un hombre sin pasado político que publicaba artículos de connotaciones jurídicas en el diario “Expreso” y que nadie sabía por dónde agarrar. Faltando un día para el encuentro, me llegó un sobre de la oficina de Manuel Ulloa (…). Dentro del sobre había un libro y dentro del libro una página señalada con un marcador y varios párrafos pintados con un resaltador. El libro venía acompañado de un artículo que Raúl Ferrero había publicado en “Expreso”. Bastaba leer los párrafos marcados en el libro y compararlos con los del artículo para darse cuenta de que se parecían como una fotocopiadora se parece a otra fotocopiadora de la misma marca y modelo. El asunto era que el libro se había publicado diez años antes que el artículo: Raúl Ferrero acababa de morir como un nonato más de la política peruana”.

Hildebrandt continúa: “Y, en efecto, murió en el set de “Pulso”. Confrontado con el plagio, se puso verde retama, primero, y amarillo desvaído, después, balbuceó una respuesta que contenía las frases “demasiadas ocupaciones” y “omisión de cita” y entró con todos los honores al panteón de las jóvenes promesas interrumpidas por un hallazgo perverso. Al terminar la grabación, Tealdo se me acercó y me dijo: -Lo mataste. ¿De dónde sacaste el libro? -Me lo dio alguien pero no te puedo decir quién. En efecto, Manuel Ulloa me había hecho prometer que jamás diría que fue él quien me envió el misil”.

Lo curioso es que quienes conocen a Ferrero saben que es un hombre honesto, un hombre honesto (que como todos) un día pecó. Y como la suerte es una maldición para unos y una bendición para otros, los bonos de Hildebrandt subieron y hasta lo llamaron del Canal 4 y el resto es ya historia conocida.

Ferrero fue decano del CAL y senador por breve período. Si estuviera en este blogger, sería no menos ni quizás más que Presidente del Consejo de Ministros en algún Gobierno que se respete para que borré de un plumazo un artículo por el que ya pagó con creces.

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