lunes, 14 de septiembre de 2009

Yoani Sánchez y los controles tecnológicos en Cuba

Septiembre 2009
Los saltos tecnológicos
Los controles del Estado cubano puede ser capaz de disminuir las comunicaciones, pero no puede ahogarlos.

Yoani Sánchez
Revista Poder - Miami



Hoy en día es muy común ver a la gente por las calles de La Habana llevando un iPhone moderno o la última versión de un teléfono móvil de Motorola. En la mayoría de los casos, dicha tecnología es un regalo de un turista o de un pariente en el extranjero. Propietarios son visibles trotando con ellos, unidos a sus caderas o desfilando con ellos en la mano. La ironía es que muchos de estos sofisticados teléfonos móviles ni siquiera funcionan, y los propietarios, por supuesto, no pueden pagar el alto costo en moneda de cambio del servicio celular.

Sin embargo, es importante para los propietarios el demostrar que están manteniendo el ritmo de la modernidad y que han dejado detrás la tecnología medieval, que nos ha sumergido en décadas. Esos fueron los años oscuros en que nos enteramos de la existencia de algunos de esos artilugios mucho tiempo después de que existían en los mercados convencionales.

Tenemos una marcada predilección por los circuitos y las luces poco. El apetito por los artefactos electrónicos es estimulada precisamente por la escasez de materiales y el control que el Estado ha ejercido sobre su distribución en la isla. Afortunadamente, siempre hemos sido capaces de recurrir al mercado negro, donde todo está disponible, desde los ordenadores con todos los accesorios para antenas parabólicas que facilitan lo prohibido: ver la televisión desde el Norte. Fue justo dentro de estas redes de distribución ilegal que las grabadoras de vídeo (prohibidas de entrar en el país) comenzó a circular el mercado subterráneo.

Posteriormente, de manos de estos vendedores "informales" llegaron los hornos de microondas en primer lugar, y luego ventiladores y calentadores de agua. En la década de 1980, siendo el orgulloso propietario de un aparato podías ser un joven muy popular entre sus amigos e incluso podría ser accesible a la chica más hermosa en el aula. Tener algo para conectar con el interruptor eléctrico, ya sea para rizar el cabello o el pan tostado, marcó la diferencia entre los que sólo tenían acceso al mercado racionado y los que utilizan el ingenio para escapar de las rutas establecidas.

En esta isla, con más de 11 millones de habitantes, hay sólo 950.000 líneas fijas de teléfono y de 630.000 ordenadores. Una mayor parte de ellos pertenecen a los centros estatales y están ubicados en la sede provincial. Los métodos de comunicación siguen siendo, para muchos cubanos, tan rústico como lo fueron durante la era del colonialismo español: Un vecino da de gritos desde el porche a otro que vive a media cuadra y le dice a él o ella que debe venir corriendo porque una llamada se ha recibido que parece ser urgente.

El dentista en la casa de enfrente paga por una extensión conectada a la casa de la viejita por la calle con la mitad del dinero que gana en su clínica. Mientras tanto, en un pueblo perdido en las montañas, un joven de trenes de palomas mensajeras para comunicarse con su novia, que vive en la llanura. Para cada uno de ellos, el sueño de ser capaz de levantar un auricular y llamar a cualquier lugar se ha convertido, después de tanto tiempo, en una fantasía dolorosa.

Pero al final, es de estas limitaciones que han llevado a los límites de la inventiva cubana. Después de todo, es raro encontrar a un compatriota que no sabe cómo reparar una licuadora, inserte un disco en un PC o desactivar una ducha eléctrica. Sin las prácticas de estos "ingenieros" que no habría sido capaz de extender la vida de los objetos cuyas partes son muy difíciles de reemplazar. Claro, hay quienes toman las reparaciones y la invención hasta el extremo de crear: Los aficionados a los motores arreglan las máquina de lavar, pintan sus televisores en blanco y negro para darles un aspecto más moderno. Cuando se trata de transmitir información, noticias y programas de censura, la creatividad de nuevo da un salto de gigante y las soluciones aparecen. En una memoria USB de bajo costo, las páginas Web son transportados por alguien que ha dedicado unos minutos de copia de su conexión en el trabajo. Luego pasan de mano en mano y llegan a aquellos que nunca se han sentado ante una pantalla conectada a la red de redes.

De la misma manera ilegal en el que una vez utilizó un radio de onda corta, un secador de pelo o una grabadora para escuchar el último álbum de The Beatles prohibido, hoy tenemos acceso a las nuevas tecnologías. De hecho, no me sorprendería saber que algunos con su tecnología inteligente joven ya han creado un mecanismo para poner fin al monopolio del Estado sobre el acceso a Internet.


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