martes, 8 de diciembre de 2009

Intoxicados

La República
Dom, 01/11/2009
Por Jorge Bruce

Este viernes conversábamos con los oyentes de radio Capital acerca del asesinato de la joven Paola Vargas Ortiz y la reacción de repudio generada en la ciudadanía, harta de la violencia de las barras bravas y las pandillas. El lumpen que mata a la contadora de La Pacífico es una representación elocuente de la parte más dañada de la sociedad atacando con envidia a la más evolucionada. Pero, como cada vez que tocamos un asunto que ha conmovido a la opinión pública, no falta una llamada indicando que se trata de una cortina de humo del Gobierno, de la que estamos siendo, consciente o inconscientemente, cómplices.

Admito que es difícil saber con certeza si en ocasiones los oyentes suspicaces no están en lo cierto. Puedo asegurar que no formamos parte de ninguna conspiración neomontesinista. Pero no puedo garantizar que, sin proponérnoslo, alguna vez hayamos caído en el juego. Lo que me interesa resaltar, sin embargo, es esa sensibilidad aguzada a cualquier atisbo de maniobra de distracción. La persona que estaba segura de encontrarse ante un psicosocial este viernes, por ejemplo, no entendía por qué tratábamos el caso de Paola, en vez de ocuparnos de la contaminación del combustible y su exceso de partículas de azufre.

Para este radioescucha no había duda de que ese era el asunto urgente a tratar.

De nada sirvió que le explicara que ya lo habíamos tocado en diversos programas y que, de cualquier modo, en enero entraba en vigencia la ley que fijaba el nuevo límite tolerable de partículas que, en efecto, nos intoxican con unos niveles de contaminación inauditos. Nos despedimos en malos términos y, felizmente, en la hora siguiente, Orestes (ese es su nombre) llamó de nuevo para pedir una canción, diciendo antes que daba el entredicho por superado, lo que resultó reconfortante. El asunto es que hemos quedado hipersensibles a la manipulación mediática, de la cual tanto se abusó durante la década del fujimorismo. Al punto que hemos desarrollado una sensibilidad paranoica y tenemos captores permanentemente encendidos al máximo, con la finalidad de detectar las primeras señales de humo.

Esto tiene un lado favorable, puesto que somos menos vulnerables a la manipulación de la cual fuimos tantas veces víctimas pasivas en el pasado reciente. El problema es que a fuerza de intoxicarnos hemos caído en cierta bulimia, en virtud de la cual cualquier noticia, por legítima o sintomática que resulte, es asignada por una parte de nosotros –individual o colectiva– a la categoría de psicosocial. A riesgo de no distinguir el humo del fuego.

Así, al Presidente se le atribuyen tantos hijos en camino que su pareja actual sería la efigie a colocar en el papel membretado del Ministerio de Defensa o de ALAS sin componenda: un ícono de la procreación. Esos rumores circulan hace años, configurando más un producto del imaginario colectivo, una leyenda urbana, que un psicosocial. No faltará quien asegure que han sido fabricados en palacio. Lo más probable es que este último “hijo” del Presidente haya sido fabricado por nuestro deseo perverso de chismear, dando rienda suelta a fantasmas omnipotentes, protagónicos, de trasgresión. Que esto quede entre nosotros.

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