sábado, 5 de diciembre de 2009

¿Quién está detrás del periodismo en el Perú?

La República
Dom, 30/11/2008
El complejo papel de los propietarios de los medios de comunicación.

Por Rocío Silva Santisteban

El cataclismo periodístico de estas semanas nos ha puesto frente a una realidad cada vez más difícil pero al mismo tiempo real en toda América Latina: el rol de los dueños de las empresas periodísticas y su papel en los debates públicos. Cuando se habla y estudia el periodismo en el Perú, cuando se dictan los innumerables cursos de las 34 facultades de comunicaciones operativas en todo el territorio nacional, casi no se menciona el papel de los propietarios de los medios de comunicación. Un papel complejo, de gran responsabilidad y a su vez pasible de arbitrariedades, en tanto se pueden escudar bajo la armadura de la “propiedad” para acciones de toda índole, sobre todo cuando con una decisión de directorio cometen errores irreparables en desmedro de sus lectores.

Muchas veces se piensa desde fuera de las mesas de redacción que los diarios son “homogéneos” en todo, lo cual es falso, pues precisamente lo interesante del periodismo en todo el mundo son esos espacios donde la “porosidad del poder” permite negociaciones estratégicas –léase pulseos– entre quien ejerce el periodismo y quien ejerce la propiedad del medio. Generalmente esta relación es casi como un noviazgo: hay que saber ser fiel, pero mantener la independencia; hay que aprender a ser firme y defender los puntos de vista pero, a su vez, ser flexible y entender la posición del otro. Lamentablemente a veces la forma más fácil de ganar este pulseo es botar al periodista y “ejercer” de autoridad. Por eso el despido –hay que decirlo con todas sus letras– de Augusto Álvarez Rodrich, ex director de Perú.21, nos ha dejado a tantos no solo con preocupación sino también en alerta roja.

Por un lado me ha sorprendido gratamente la solidaridad de los columnistas de opinión que ahora se han ido junto con él. Un acto importante, un gesto de acompañamiento imprescindible, pero al mismo tiempo la creación de un vacío que se deja notar en el diario, en el periodismo y en la necesidad de los lectores de poder tener acceso a lo que podríamos llamar en el Perú “las grandes firmas”. Leer las páginas desabridas de Perú.21 después del “acontecimiento” y en menos de diez minutos fue un acto casi de misericordia. La propuesta de Perú.21, un diario que llamó la atención desde sus inicios para bien y para mal (“por qué no se desarrollan las noticias”, decían algunos), renovó el panorama periodístico de tal manera que ha sido también un incentivo para otros medios, incluyendo el presente. La salida de Augusto Álvarez Rodrich empequeñece el panorama y por lo tanto disminuye esa suerte de competencia que anima a cualquiera que se dedica a este oficio.

Como bien dijo Heduardo, los petroaudios también han permitido saber quién es quién en este momento periodístico cuando se producen los acomodos y re-acomodos. No obstante, también es preciso anotar que hay una gran diferencia entre ser columnista y dejar el diario, y ser periodista de planta y dejar el diario, me refiero a las consecuencias económicas de tal suceso. Por eso mismo estoy de acuerdo con algunas de las palabras de Esther Vargas en el sentido de que no podemos estar lapidando a los que se quedaron (no es nada fácil ser romántico cuando hay cuentas y urgencias a fin de mes), pero discrepo en tanto a la suerte de la línea editorial: una cosa es con guitarra y otra con cajón. No es lo mismo Mito que Augusto. Ni menos Fritz du Bois si es que asume la dirección. Como bien dijo Paola Ugaz, este tema del despido y el cierrafilas de los colaboradores, “nos ha dejado sin algo que nos pertenecía”.

Lamentablemente, una como lectora se da cuenta de que en estos temas de propiedad de los medios, de decisiones en beneficio de una empresa cuya materia prima es la “opinión”, de sutilezas que involucran intensos juegos de poder, nosotros los lectores no somos nada si seguimos pensando como tuletados, como siervos que no tenemos poder de decisión. Cierto poder tenemos: ese malestar que genera, con el tiempo, renovaciones y revoluciones. Y, a veces, rencores.

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