lunes, 7 de diciembre de 2009

Panorama desde el puente

ENTREVISTA. MÓNICA DELTA

El Comercio
CONFESIONES, AUTOCRÍTICAS, RECUERDOS DOLOROSOS DE SU PASO POR “PANORAMA” Y CERCANÍAS CON EL PODER QUE HOY LAMENTA. LA PERIODISTA ANALIZA SU PROPIA TRAYECTORIA EN EL LIBRO “MINUTOS ANTES DE LAS OCHO”


Por: Enrique Planas

Escribe su libro por necesidad. La urgencia de mirarse al espejo y confrontarse con su reflejo. Mónica Delta se hace preguntas, ensaya reflexiones y desliza autocríticas en “Minutos antes de las ocho”, libro que —confiesa— le sirvió como terapia para analizar su complejo papel como rostro de “Panorama”, durante la administración del hoy prófugo Ernesto Schütz. “Quería ir hacia el origen de muchas cosas que, para mí, eran inexplicables. He trabajado toda mi vida hablando y quería poner mis pensamientos en blanco y negro”, dice.

El encuentro con la periodista se lleva a cabo en una mesa retirada del café Haití, en Miraflores. Ella ya no luce los peinados laqueados que llevaba cuando conducía “Panorama” y con los que mi memoria la había congelado. Ella no es ese personaje, me repetirá varias veces, relajada pero con firmeza, a lo largo de la conversación. Ya no más. Se terminó.

Su libro, que hoy presenta también minutos antes de las ocho en la Feria del Libro Ricardo Palma en el Vértice del Museo de la Nación, es la memoria de alguien que, tras tomar el camino del autoexilio y residir seis años en Estados Unidos, intentó comenzar de cero, lo que —como ella misma señala— no quiere decir reciclarse. “Soy la misma persona, solo que más consciente, que ha aprendido de sus errores”, señala.

¿Un libro como “Minutos antes de la ocho” te sirvió de terapia?

No sabes cuánto me ha ayudado volcar todo lo que sentía y creía. No intento probar nada, la gente creerá lo que quiera. Pero para mí fue una catarsis terapéutica.

Hay un tema recurrente en tu libro: la relación del periodista y el poder. Un poder simbolizado en tu gigantografía colgada en la fachada de Panamericana. ¿Cuánto se creen los periodistas la ilusión de tener poder?

La televisión te crea una imagen de ti misma. Y en un momento puedes creértela. Igualmente, el poder es una ilusión. Al darte cuenta de que no eres capaz de ejercerlo, te dices: “¿Qué soy yo? ¿Qué he creado de mí misma?”. Después de una pelea entre el personaje y la persona, al final volví a reencontrar a la persona.

Me sorprendió que confesaras, sin pudor, que dejaste de ser virgen a los 26 años…

Lo fui. Es impúdico pero real, hasta autocrítico (ríe).

¿No es también una forma de presentarte ante el lector como alguien que pecó por excesiva inocencia?

Desde la visión de otros, podría ser, pero esa no es mi intención. Yo he querido ser sincera.

Frente a los personajes de la televisión uno mantiene cierta posición de alerta. Uno deja de creerles…

Es verdad. Y lo entiendo. Yo me he defendido creando una imagen de inalcanzable y, en realidad, soy solo una persona común. Pero una construye, queriendo o sin querer, una imagen determinada. Y esa es la imagen que quiero derrumbar. Es una imagen que no coincide conmigo, y que me ha generado muchos problemas.

Hay dos personajes de tu libro, Genaro Delgado Parker y Alejandro Guerrero, presentados casi como el capo de la mafia y su ayayero. ¿No es una mirada que tiende a la caricatura?

Por cierto. Obviamente, lo que cuento es mi percepción, subjetiva, de lo que yo sentí respecto a estas personas. Por uno de los socios del canal donde yo me inicié y por una persona que era amiga mía. Probablemente tengan un lado bueno que no conozco. Son los malos de la película.

Los “malos” tienen la capacidad de concentrar el poder. ¿El resto no tiene ninguna posibilidad de enfrentarlos? ¿Por qué, como dices en tu libro, nunca ejerciste poder en tu medio?

Hubiera querido, pero no tuve la habilidad. Envidio a los que pueden ejercerlo. Hay gente que nace para ejercer el poder y otros que no. Y yo estoy entre los que no. No porque no me dejaran, sino porque no supe hacerlo.

¿Crees que Genaro tiene una deuda impaga con la justicia?

La verdad, me importa muy poco. Él ha dicho que la justicia no lo va a alcanzar porque está muy viejo. Lo que creo es que alguien que fundó algo muy grande también lo mató. No tengo ningún interés revanchista. Me da pena, pero no me interesa lo que pase con él.

En tu libro describes cómo Delgado Parker mandó a sus agentes de seguridad a romperle la nariz a Guerrero por haberlo contradicho…

No soy la primera en decirlo, pero fui testigo de excepción junto con mi ex esposo [Roberto Reátegui]. Éramos sus amigos. Habíamos entrado prácticamente juntos. Yo cuento lo que vi, me pareció impresionante. Yo no habría aceptado una cosa tan brutal…

¿Después de las traiciones que relatas en el libro, sientes odio por Guerrero?

Simplemente, no existe para mí. Fue un personaje que pudo haber hecho cosas interesantes, pero su sed de poder terminó sacándolo de mi vida. No me interesa lo que haga y cómo termine.

El otro “tipo malo”, el que huyó y no lo pescaron al final de la película, es Ernesto Schütz…

Lo dije cuando me entrevistó Jaime Bayly, a los tres días de haber salido el maldito video: él tendrá que responder a la justicia. Lo que no me parece es que un hijo [Ernesto Schütz Freundt] pague por los delitos del padre. A la familia se la condenó de manera brutal por lo que había hecho el padre. El padre responderá, si no es en esta vida, en la otra.

¿No deseas despertarte un día y encontrar la noticia de su extradición?

La verdad es que no pienso en eso. Si sucede, la justicia tiene que ejercerse, como en el caso de Genaro. No me importa lo que le pase. No me acuesto ni me levanto pensando en ellos.

¿La televisión es el medio más difícil para que un periodista diga lo que piensa?

Mi experiencia actual es completamente distinta a la de “Panorama”. Todo lo que vimos en la barbarie fujimorista y montesinista resultó una gran oportunidad para que los periodistas se sacudieran del temor ante presiones determinadas en los medios de comunicación. Creo que hemos aprendido a lidiar mejor con eso. Por lo que a mi concierne, estoy muy tranquila, disfruto mucho con mi trabajo [en el programa “A primera hora”, vía Frecuencia Latina], lo que antes no pasaba.

Cuando hablas del tema Alan García, pides al lector “perdón por defraudarlos”, antes de afirmar que entre ambos solo hubo amistad.

Sí. ¡Si quieren morbo, que vayan a buscarlo al Kamasutra! (ríe).

¿Una moraleja del libro es que un periodista no debe ser amigo de un presidente?

Si algo he aprendido, es que hay que estar lo suficientemente lejos del poder para mirarlo mejor. Eso lo tengo clarísimo y es una lección absolutamente aprendida. Reconozco que fue un error. He sido confidente de García en muchas cosas que no voy a contar por razones obvias. Simplemente, ya tienen color sepia, están selladas hace veinte años. Un periodista debe estar cerca del poder solo para tener la información que necesita y propalarla, pero no para involucrarse amicalmente con nadie vinculado al poder.

¿Cuál es el tratamiento al que hay que someterse para curar la adicción al poder?

Es verdad, el poder es seductor. Nadie lo niega. A todos les gusta sentirse por encima del resto. Pero el poder es muy peligroso. Y yo, por lo menos, he sentido que por estar cerca del poder me he quemado… y no me gusta quemarme.

Dices en el libro que García es un hombre que no necesita un consejo, sino un auditorio. ¿De eso te diste cuenta recién ahora, no hace veinte años, cuando eras su amiga?

Quizás estaba neutralizada por la amistad. Sabía cómo enfervorizaba a las multitudes. Pero recuerda que en esa época mucha gente se sentía atraída por esos discursos, no solo yo. Hasta que vino la hecatombe económica que dio a luz a Fujimori. En ese momento no tenía una conciencia tan clara como la tengo ahora respecto al perfil de García. Creo que también me ha servido distanciarme de todo para ver las cosas en su real dimensión.

Lo terrible es que todas las habladurías por tu amistad con García llegaron a resentir tu propio matrimonio.

Las relaciones no se dañan por terceros. Las relaciones pueden estar dañadas desde siempre. Pero las habladurías no fueron la razón de la fractura de mi matrimonio. Fue, simplemente, un fracaso. Y lo que nos hemos encomendado, tanto él como yo, es no fracasar como padres. En eso creo que hemos salido bien librados.

En tu libro confiesas varios arrepentimientos, a propósito de tu presencia en “Panorama” durante el gobierno de Fujimori. Especialmente, ser concesiva y no haber sido lo suficientemente incisiva…

No me cuesta ofrecer disculpas por algo que siento si estoy convencida de que hice las cosas mal. Pero he hecho también cosas buenas, y a mí se me ha juzgado casi en la hoguera, de una forma lapidaria, sin escuchar mi versión. Eso me parece injusto. No tengo vergüenza en señalar mis equivocaciones. Pero a mí me han tildado de montesinista, de fujimorista, y eso sí que no lo acepto.

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